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9 de julio del 2007. Cae nieve en Monte Grande

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19.6.10

Noticias desde Sudáfrica 2010

"Cuando alguien asume un cargo público, debe considerarse a si mismo como propiedad pública" Thomas Jefferson


SE HIZO, ÁFRICA ES MUNDIAL

Por Jorge Barraza

Fue fácil llegar a Sudáfrica: nueve horas de vuelo; lo difícil fue ir al estadio la tarde de la inauguración: cuatro horas desde la puerta del hotel, en uno de los barrios más céntricos de Johannesburgo, hasta la entrada del colosal Soccer City. Un trayecto que no debe demorar más de media hora. En una ciudad sin transporte público, hay superpoblación de autos, única forma de desplazarse. Y la congestión de tránsito fue caótica. Los sudafricanos experimentaron por primera vez la fuerza devastadora de una Copa Mundial. Aún con todas las prevenciones que se hicieron sobre el país y los cientos de miles de turistas que desertaron, otros miles sí se animaron a venir. A ello se unió la euforia nacional, que virtualmente embanderó y volcó al pueblo a las calles. Y colapsó Johannesburgo.
De cualquier modo, valió la pena el tortuoso viaje. En primer lugar para palpar el fervor popular, mezcla de alegría y orgullo, expresado de miles de maneras, aunque caracterizado por la vuvuzela, la corneta que es ya un producto nacional. Cada persona tiene una. Y la toca. Y genera un ruido infernal espantosamente fuerte, como el zumbido de millones de abejas juntas. Juegan a ver quién sopla más fuerte. Los damnificados somos los extranjeros.
En segundo término, quedamos asombrados por las asombrosas dimensiones del estadio. Sin duda alguna pelea el título de más grande del mundo. Ni el Maracaná, ni el Bernabéu, ni el Meazza, ni el Stade de France, el Azteca o el Allianz Arena de Munich, todos gigantescos, parecen más grandes que este Soccer City: 84.490 espectadores sentados. Y no apiñados, con total comodidad. Cuando se desmonte el vasto palco de prensa, el aforo aumentará mínimo hasta 90.000.


Cuando el excepcional juez uzbeko Ravshan Irmatov dio el pitazo inicial (con cinco minutos de demora, extraño en torneos FIFA), la pelota rodó y se consumó el sueño de todo un continente: el primer Mundial africano. Entre tanto entusiasmo, alguna lágrima habrá caído. Y pese a cualquier contratiempo que podamos sufrir, estamos felices también de estar pisando este suelo. Felices de su felicidad.
 El fútbol, único idioma universal, está haciendo una obra redentora en el país del oro y los diamantes, de la cebra y el león, del mar y las montañas: la integración racial. El mediodía del miércoles, cuando el bus descapotado de los Bafana Bafana llegó a Mandela Square, miles de blancos celebraron codo a codo con los negros. “El fútbol les está ayudando a perderse el miedo”, dice Xavi Aldekoa, corresponsal en Johannesburgo del diario La Vanguardia, de Barcelona. “Una amiga mía que no había entrado al Soweto en veinte años se animó a ir a festejar”. Están venciendo su desconfianza.
Millones, blancos y negros, vistieron sus casas, sus autos y se enfundaron ellos en los colores amarillo, verde, rojo, negro y azul de la bandera. Todos se sintieron profundamente sudafricanos. Con sorpresa, se vieron hermanados en el sentimiento. Muy significativo en el país que ha sufrido durante siglos la más cruel división racial de que se tenga conocimiento. Este Mundial puede representar una histórica bisagra.
Sudáfrica es uno de los países más agraciados de la Tierra. Con una diversidad y riquezas fantásticas, también con una atroz desigualdad. Esta Copa puede ser el pegamento social que posibilite la unión de sus dos pueblos, el negro y el blanco. Que motorice la tolerancia y el respeto. El futuro es más que prometedor.


En medio de tanta vuvuzela, hubo dos partidos. Discretitos ambos. Este va a ser, muy posiblemente, el fútbol que veremos en la mayor parte de la Copa: parejo, intenso, dinámico, falto de imaginación, con demasiado respeto entre todos, rico en fricción, bajo en goles, rebosante de empates, escaso de figuras.
De los 55 actores de ambos juegos, quien más nos agradó fue Tshabalala, el zurdo número 8 sudafricano, autor del golazo de su equipo. Ya antes de convertir había mostrado un juego vivaz, útil, solidario, inteligente, de buen toque. Si entre México, Francia y Uruguay tenemos como mejor a un sudafricano, ya es un diagnóstico de cómo estamos.
México, que está fuera de su realidad (sueña con cuartos de final como mínimo), decepcionó ante una Sudáfrica que pasó de su ilusión casi amateur a elaborar una producción aceptable.
Uruguay, siempre en la lucha, en el denodado combate por defender el cero y ver qué pesca adelante, rescató un punto anímicamente importante ante una Francia con pocas luces (¿Y Ribery…? ¿Jugó…?). Atención: Francia, de mayoría negra y corpulenta, utiliza al máximo su potencia física como sistema. Saben que son fuertes y lo ejercen.
Para anotar: el juez japonés Nishimura, que expulsó bien a Lodeiro por un planchazo descalificador a Sagna, no obró de igual modo con Evra, que estando amonestado le dio un hachazo a Luis Suárez. Son las sutiles diferencias que siempre hay en una Copa Mundial entre un europeo y un sudamericano. Si los nuestros dan, afuera; para los otros es reprimenda. Toda la vida fue igual y no cambia. Con el único que no se atreven es con Brasil.
Hay mucho Mundial por delante. Que no se repita.






                                                                                                   

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