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Nuestras Islas Malvinas

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LAS MALVINAS SON ARGENTINAS

13.8.08

Historia Argentina

“No acepten lo habitual como cosa natural, pues en tiempo de desorden sangriento, de confusión organizada y arbitrariedad consciente, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer imposible de cambiar”.
Bertolt Brech

1954-1955
Peronismo e Iglesia
Crisis de la hegemonía

Susana Bianchi

La coyuntura del estallido no fue accidentral: fueron los mismos conflictos internos que atravesaban al peronismo y al catolicismo los que hicieron que la violenta colisión fuese inevitable.
A pesar del arco de coincidencias que pueden establecerse entre el catolicismo y el peronismo, desde muy temprano los actores de la institución eclesiástica comenzaron a percibir (y denunciar) los avances de un "estatismo" que recortaba sus posibilidades de acción. La preocupación se centraba sobre ciertos campos considerados claves para la reproducción y el control social (educación, familia, asistencia social) y que eran alcanzados por una incontenible politización secularizadora. Si algunos habían confiado en la posibilidad, según el decir del presbítero Virgilio Filippo, de "cristianizar al peronismo", las esperanzas se desvanecían y, con ellas, las posibilidades de alcanzar la construcción del proyecto que proponía colocar a la religión como el principio organizador del cuerpo social. Mas aún, se debía enfrentar a un Estado poco dispuesto a ceder espacios a otras influencias. En síntesis, en el conflicto entre el peronismo y el catolicismo se dirimió la cuestión de la hegemonía.
La dificultad mayor para el catolicismo parecía radicar en la imposibilidad de penetrar en la fina trama del tejido social, en la imposibilidad de modelar conductas, actitudes y valores, en la dificultad para controlar los cuerpos. El "hedonismo", definido como "explosivo aniquilador de los vínculos sociales" (1), penetraba en la sociedad, y la Iglesia se reconocía sin instrumentos para detenerlo. Las invocaciones al Estado para controlar la situación resultaban vanas: el "hedionismo" de la vida cotidiana era impulsado por las mismas políticas estatales, por un "bienestar" señalado como el objetivo deseable. La redistribución de bienes materiales implicaba una redistribución de bienes simbólicos que transformaba profundamente a la sociedad.
El conflicto se ubicó en un punto de muy difícil retorno al instalarse en el mismo campo de la religión. El espacio otorgado a otras confesiones religiosas y -según la perspectiva eclesiástica- el apoyo oficial otorgado al espiritismo, que compartía con el peronismo las mismas bases sociales, llevaba a los actores de la institución eclesiástica a denunciar que el Estado peronista había dejado de cumplir con su "deber de gobernante", ya que "no es justo atribuir los mismos derechos al bien y al mal, a la verdad y al error" (Revista Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires, 1953). Pero dentro del campo de la religión también se colocaba el principal obstáculo para la "catolización" de la sociedad: la aspiración del peronismo -más allá de los alcances logrados en sus bases- de constituirse en un conjunto de valores morales que asumían la forma de una peculiar religiosidad. El peronismo se presentaba como una "religión política", con su propia sacralización y sus propias figuras para venerar: Escaso espacio quedaba para un catolicismo poco dispuesto a subordinarse. Desde 1950, dado el carácter monolítico del peronismo y el estrechamiento de los canales opositores, la Iglesia se perfiló como un espacio -tal vez el único posible- de oposición. Muchas manifestaciones religiosas, que incorporaron adhesiones de sospechosa piedad, pronto fueron percibidas desde el ámbito estatal, sin demasiado margen de error, como manifestaciones antigubernamentales.
Sin embargo, señalar la trama del complejo conflicto entre el peronismo y catolicismo no explica otras cuestiones: ni la forma ni el momento en que estallaron los acontecimeintos que sacudieron a la Argentina entre 1954 y 1955. Es cierto que una vez desencadenada, la crisis -desde el discurso de Perón en noviembre de 18954 hasta el bombardeo a Plaza de Mayo y el ataque a las iglesias en junio del año siguiente- puede explicarse en parte por su propia lógica, por el juego de acciones y reacciones. Empero la coyuntura del estallido no fue accidental: fueron los mismos conflictos internos que atravesaban al peronismo y al catolicismo los que hicieron que la violenta colisión fuese inevitable.
El peronismo tenía problemas que afrontar: Era evidente la fragilidad de las bases económicas en las que se había asentado y la búsqueda de alternativas requería ajustes considerables. Se hacía necesario activar mecanismos del consenso y penetrar en todos los resquicios de la sociedad, "peronizar" los espacios que se sospechaba aún permanecían ajenos y barrer con los obstáculos. Las indóciles organizaciones católicas se contabilizaban entre los "enemigos" y la denuncia de Perón, en el célebre discurso de noviembre de 1954, desencadenó la ola de mal contenido anticlericalismo en los aparatos peronistas. Pero no fueron sólo las dificultades y las intenciones hegemónicas del peronismo las que desencadenaron la crisis.
También el catolicismo debía afrontar sus propios conflictos, más allá de las monolíticas imágenes construidas. La cuestión de los vínculos con el peronismo fracturaba a la cúpula eclesiástica. El tema de la relación entre la Iglesia y el Estado, que se confundía con otras cuestiones (desde la crítica al modelo de monarquía absoluta en que se fundamentaba la institución eclesiástica hasta cuestiones de moral y ritualismo), conmovían a cada vez más amplios sectores del clero que parecían desoír las apelaciones jerárquicas a la disciplina. En la crisis del catolicismo, las organizaciones de laicos -cuyo peso en las filas eclesiásticas argentinas siempre fue considerable- encontraban un terreno fértil para avanzar en sus aspiraciones de autonomía.
En el conflicto, fue notable la desigualdad de las fuerzas que se enfrentaron. La Acción Católica Argentina, sobre todo la sección de jóvenes varones que asumieron gran parte del protagonismo, era insignificante cuantitativamente y sus intenciones primeras no fueron tanto "atacar" o derribar a un peronismo que parecía inexpugnable como denunciar la inacción de las cúpulas eclesiásticas en la defensa de los "derechos de la Iglesia", defensa de la que los laicos parecían haberse hecho los únicos responsables. Pese a las advocaciones a la disciplina, encontraban además su propia legitimidad en recortados documentos vaticanos. Pero su actualización, que reactivó la experiencia de "grupos de choque", les otorgó indudable visibilidad. Las campañas de panfletos, la formación de "comandos" clandestinos, la ocupación del espacio público permitieron amalgamar a disímiles sectores. La Acción Católica se transformaba en un actor político, un "partido católico", cuyo discurso opsitor al peronismo articulaba inquietudes caras a las clases medias -de las que la mayoría de sus miembros provenía- y altas de la sociedad.
En efecto, la "defensa de los derechos" de la Iglesia se confundía con otras cuestiones. El peronismo había transformado abruptamente las relaciones sociales y la misma sociedad que se pretendía "catolizar" se había vuelto irreconocible: la muchedumbre, "hato animal, recua irracional", invadía los espacios. "El mal ha echado raíces y amenaza con la subversión total de la vida del país" (2). Si el monstruo había salido de su guarida según la metáfora de Donoso Cortés, la unión de la Cruz y la Espada era la única garantía del sostén de la civilización contra la barbarie. Y en la medida en que las demandas católicas coincidieron (sin ser exactamente idénticas) con la de las Fuerzas Armadas el conflicto adquirió su forma. Cuando en junio de 1955, los aviones de la Marina bombardearon Plaza de Mayo, nadie dudó de la complicidad católica. Pocos meses después, el 16 de septiembre, mucho más explícitamente, los aviones del Ejército llegaban desde Córdoba bajo el signo "Cristo Vence".
Qué relación puede establecerse entre el conflicto con la Iglesia y la caída del peronismo? Sin duda, la magnitud del conflicto y la inimaginable escalada de violencia polarizaron posiciones y crearon un particular clima de sentimientos. Sin embargo, considerarlo como la causa desencadenante de la caída del gobierno de Perón -sin tener en cuenta, entre otras razones, las debilidades estructurales del peronismo- resultaría simplista. Más allá del peso relativo que pueda atribuírsele, resulta indudable el fuerte impacto que el conflicto tuvo en las mismas filas católicas. El protagonismo consolidó el papel de la Iglesia como un insoslayable factor de poder en el campo político. Pero también profundizó la crisis que atravezaba al catolicismo para la que no parecía vislumbrarse una salida.
(1) "Por la familia", Editorial, Criterio Nº 1092, 26 de mayo de 1949.
(2) "Sobre diversas manifestaciones de incultura". Carta del colaborador Carlos Fernando de Nevares. Criterio Nº 1115, 11 de mayo de 1950.
Se pueden consultar los siguientes libros:
- Roberto Bosca, La Iglesia Nacional Peronista. Factor religioso y poder político.
- Lila Caimari, Perón y la Iglesia Católica
- Loris Zanatta, Del estado liberal a la nación católica. Iglesia y ejército en los orígenes del peronismo. 1930-1943
- Loris Zanatta y Roberto Di Stéfano, Historia de la Iglesia argentina - Desde la Conquista hasta fines del Siglo XX.
- Susana Bianchi: Catolicismo y peronismo- Religión y política en la Argentina 1943-1955

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