Nieve en Monte Grande

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9 de julio del 2007. Cae nieve en Monte Grande

Nuestras Islas Malvinas

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LAS MALVINAS SON ARGENTINAS

14.3.10

Algo de historia de nuestros pueblos

"Cuando alguien asume un cargo público, debe considerarse a si mismo como propiedad pública"
Thomas Jefferson

...Y la historia continúa
Fuente: Inforegion.com



Si bien el futuro guarda la atracción de lo que vendrá, el pasado también tiene su encanto. En la región hubo sucesos y personajes que marcaron un hito o un camino y que no siempre logran trascender en el recuerdo de la mayoría. Aquí, fragmentos de la historia local que merecen un lugar en la memoria.

Basta con buscar un poco detrás de las mieles del progreso o con mirar por detrás de los carteles luminosos que hoy adornan las ciudades del Siglo XXI para encontrar ciertas delicias del pasado. Si alguien las busca, hay historias que resurgen, que comienzan a deslizarse y a su paso transforman baldosa en césped, color en blanco y negro, ciudad en pueblo. Hasta pueden convertir a cualquier esquina de barrio en el escenario de algún suceso místico o de una persecución de película, de esas que llenan luego las páginas de los libros, aunque no siempre.
Historias como estas yacen en Ezeiza, si la curiosidad invita a transitar los senderos arbolados del Barrio Uno. En una de las cortadas hay una casa con aires de vieja mansión que transpira recuerdos y sonidos de noches de tertulias y de discusiones entre sabios de época que conjeturaban cómo podría el hombre llegar a levantar vuelo. Su dueño era Jorge Duclout, que era amigo de Newbery y de Einstein.

Y sigue el pasado latiendo en Burzaco, en la intersección de Espora y Alcorta, o al menos así se supone. Lugar donde se delinearon los sueños de revolución de un italiano que escapó de Mussolini y que quiso cumplir en América su utopía de libertad. Las imágenes lejanas de noches de literatura clandestina, de reuniones secretas y hasta de un amor sublimado se cuelan por entre los pinos que ahora habitan el predio. Severino Di Giovanni era su nombre, idealista de la violencia, la forma en que aún lo llaman.

En la misma época se podría saltar de la avenida Espora a la 9 de Julio, en Turdera, y de las bombas caseras y el fusilamiento de Severino -con sus lecturas de Bakunin, Malatesta, Proudhon, Kropotkin y Reclus- al misticismo de una mujer que fue atacada por muchos, pero venerada por tantos otros: María Salomé Loredo y Otaola de Subiza, la “Madre María”, que pobló las calles de seguidores y fue leyenda no sólo en la región, sino en el país entero.
Bajo las luces del sur y sus calles pobladas de torres y ahora de pavimento hay sucesos que lo hicieron trascender y personas que marcaron hitos, que instauraron cambios, que generaron controversias y trazaron un camino. Y no está mal dejar que de vez en cuando la memoria los ilumine.

El ingeniero y “La Valentina”.

En el Barrio Uno de Ezeiza y al final de un camino donde parece que ya no hay nada, sigue en pie “La Valentina”, que ahora simula reposar en silencio, pero que esconde, entre sus viejos ladrillos y techos altos – fiel al estilo de las mansiones antiguas- huellas del paso por estas tierras del ingeniero Jorge Duclout, un francés que pisó suelo argentino en 1884 y que fue, según la historia de Esteban Echeverría, “el personaje de nivel intelectual y científico más sobresaliente” de su tiempo y de la comunidad del distrito.
Duclout había logrado su título de ingeniero en Zurich, y en cuanto llegó a territorio nacional colaboró, entre otras cosas, en la construcción del Puerto Buenos Aires y el de la ciudad de Rosario. También proyectó el trazado de líneas férreas y de rutas.

Si bien su trayectoria es vasta, la historia resalta que fue él, en 1912, el primer científico en dictar en Argentina una conferencia sobre la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein, que era su amigo. También escribió el primer libro de matemáticas del país para las escuelas medias.
“El partido de Esteban Echeverría se dividió y ahora ‘La Valentina’ quedó en los límites de Ezeiza. Duclout venía acá a pasar los veranos y los fines de semana con su familia, fue un vecino ilustre de nuestro partido”, señaló a Info Región el historiador Rubén Campomar.

“El ingeniero, por el ambiente en que se movía, recibió en lo que era Echeverría a personalidades muy ilustres. Cuentan que desde la casa miraba el camino con un catalejo, y que por el color de la bandera que traía el carruaje sabía si el cochero venía con visitas o no. Una de esas visitas era usualmente el también ingeniero Jorge Newbery, con él discutía los alcances del globo aerostático, porque Duclout sabía ya que en Francia el globo había pasado de moda, que se estaba trabajando en el aeroplano, y Newbery se lo discutía. Fueron los pioneros de la aviación en el país; de hecho, Duclout fue el fundador de la Escuela de Aviación Civil”, agregó Campomar.

Lo cierto es que la vieja casona donde ahora se ven juguetes de niños y ropa colgada –objetos que la enmarcan en su relación con el presente y que hasta resultan chocantes en virtud de la otra historia cobijó- puede haber sido el lugar donde Duclout trazó los límites de Buenos Aires, La Pampa, Córdoba y San Luis, o donde delimitó cuál sería el territorio de la Capital Federal, porque esos también fueron sus aportes.
“Lo triste de la historia del ingeniero es que pocos vecinos saben de él, habiendo sido una personalidad tan importante. Una calle lleva su nombre en el Partido, pero si uno toca el timbre en diez casas no creo que en ninguna puedan decir quién fue y qué hizo”, concluyó Campomar.


Anarquismo y utopía: la historia de Severino.

La imagen de Severino deja ver que en la mirada de sus ojos claros se cuela un cierto rencor. Es como si en el instante de la fotografía hubiese sabido que iba a morir fusilado bajo el régimen de Uriburu por ser un anarquista, o un “Robin Hood” moderno, como algunos lo definen.
Severino Di Giovanni, o el “idealista de la violencia” es un personaje de fama mundial que vivió sus últimos días en la región, exactamente en Burzaco, en una vieja casa quinta que había alquilado como tantas otras durante su trayectoria nómade, esa que debió adoptar para escapar primero del régimen de Benito Mussolini en Italia, donde nació, y luego de la milicia argentina, que también lo perseguía.

Severino llegó a Argentina en 1922, con 21 años, y con la última gran oleada de inmigrantes italianos, a quienes tiempo después iba a direccionar gran parte de su propaganda política y de sus escritos, esos que escribía en la quinta “Ana María”, que según se supone por la reconstrucción histórica podría haber estado ubicada sobre lo que hoy es la avenida Espora en su intersección con Alcorta, en la esquina del colegio San José.

Según especifican quienes investigaron su vida, a Di Giovanni se le adjudican, entre otras cosas, varios atentados que fueron resonantes en la década del ‘30 y una tenaz resistencia contra los abusos de la dictadura que había derrocado a Hipólito Yrigoyen.
“Severino había emprendido una ambiciosa campaña editorial, y junto a otros se le ocurre emprender un temerario asalto a los pagadores de Obras Sanitarias en los viveros de Palermo. Días después del asalto, una señora muy joven, que era su compañera y su amor apasionado, América Scarfó (17), se presentó como la señora Josefina Rinaldi de Dionisi ante el ingeniero Ítalo Chiochi, en Burzaco, y se mostró interesada en alquilar la quinta ‘Ana María’. Era una extensión territorial de 100 por 300 metros, apostada sobre el camino Belgrano (ahora Espora)”, señaló a Info Región el escritor e historiador Daniel Chiarenza.

El alquiler se concretó el 12 de octubre de 1930, e inmediatamente el cuñado de Severino, Paulino Scarfó, compró un taller de fotograbado y las máquinas para poner en marcha una imprenta. Según relata Chiarenza y cuentan otros historiadores que indagaron en la vida del Italiano – Osvaldo Bayer le dedicó un libro- en la quinta Ana María “se gestaba y se imprimía literatura prohibida, se corregían pruebas de escritos de Reclus y se editaba el diario ‘Anarchia’”.

Por las tardes, en tanto, el predio plagado de tilos y sembrado entonces con maíz era el refugio de reuniones clandestinas con otros anarquistas con los que Severino y su grupo intentaban “organizar la resistencia a la dictadura uriburista”.
Sin embargo, todos sus planes quedaron inconclusos porque lo interceptó la policía el 29 de enero de 1931 en Capital Federal, cuando llevaba algunos de sus escritos a una imprenta cercana al Congreso nacional.

Su cuñado, junto a dos compañeros que allí se ocultaban, trataron de borrar de la quinta “Ana María” las huellas que había dejado el quehacer clandestino del grupo, pero fue en vano: después que quemaran algunas cosas y cuando salían de la quinta, llegó a Burzaco una legión de policías porteños y bonaerenses, apresaron a Paulino, y fusilaron al resto.
Un antiguo compañero, Mario Cortucci, atormentado por las torturas, los había delatado y dio origen así a lo que en el mundo anarquista se conoció como “La tragedia de Burzaco”.

Tras ser brutalmente torturado, Severino fue fusilado el 1 de febrero de 1931, y en el mundo hizo eco la última frase que pronunció antes de morir, que fue “Evviva l’Anarchia! (¡Viva la Anarquía!).
Según especifica Chiarenza, América aseguró que Severino sufrió apremios “feroces”: “Cuando yo lo vi, tenía en el cuello las marcas claras de la soga de estrangular; en las muñecas, sangre coagulada, las encías sangrantes, el rostro con contusiones. Con las tenazas de madera le habían aplastado y tirado de la lengua y se la habían quemado con cigarrillos. Durante el interrogatorio le introdujeron cigarrillos encendidos en las cavidades nasales y en los oídos, le habían retorcido los testículos, le hicieron incisiones en las uñas y lo golpearon”, contó la mujer.

La quinta “Ana María” fue saqueada y algunos de los objetos quedaron después en el museo de la Policía Federal. Así Burzaco fue noticia en el mundo, pero en la región, el único recuerdo de Di Giovanni es en esta era de luces, de consumo y de individualismo algún graffiti con su nombre pintado en alguna esquina.

La Madre María y una Turdera Mística. Sobre la avenida 9 de Julio, en Turdera, la calle debe guardar el recuerdo de miles y miles de personas que allá por 1920 llegaban para que ella les concediese un “milagro”. Y nadie podría certificar cuál era su secreto o su magia, pero muchos sí testimoniaron que sus seguidores llegaban de todas partes del país y hasta de naciones limítrofes para pedirle ayuda y para que ella los toque con los poderes que según comenta la versión oral había heredado del famoso Pancho Sierra, gaucho que vivía en Salto, en la provincia de Buenos Aires, y que fue un suceso en su época (finalizando el siglo XIX) porque le atribuían dotes sobrenaturales.

María Salomé Loredo y Otaola, la “Madre María”, nació en España en 1854 y llegó al país a los 14 años. Luego de unos años se casó con José Antonio Demaría, que pronto murió y le dejó una fortuna, y después, en 1880, contrajo matrimonio con Aniceto Subiza, un hacendado rico de quien también enviudó al poco tiempo.
Según cuenta la historia, finalizando 1880 contrajo una enfermedad por la cual los médicos la desahuciaron, y entonces decidió recurrir a Pancho Sierra, que por entonces era muy conocido. En ese momento nació el mito que la posicionó como “guía espiritual” y “sanadora”, aunque ella nunca se atribuyó esos dotes.

“Según algunos testimonios de esa época, cuando María llegó a ver a Pancho Sierra él salio a recibirla y le dijo ‘viniste María’. A partir de allí se comenzó a comentar que le cedió algunos de sus poderes”, contó a Info Región el historiador Carlos Liotta, vecino de Lomas de Zamora.
Además de sanarse, María emprendió entonces una misión que algunos definen como “solidaria y espiritual”, aunque en su sitio oficial especifican que fue, en realidad, una “misión regeneradora”. Lo cierto es que según cita la historia, recorría los barrios ayudando a los más necesitados, que comenzaron a seguirla y a proclamar sus dotes sobrenaturales, que ella sin embargo negaba.

Por eso la casa que tenía sobre la calle La Rioja, en Parque Patricios, se convirtió en un ir y venir de gente, hecho que comenzó a molestar a algunos sectores que la tildaban de “curandera” y que la acusaban de “ejercicio ilegal de la medicina”.
María empezó a ser hostigada, entonces, respaldada por una familia local de apellido Vighini, decidió radicarse en Turdera.

“La Madre María tenía una fortuna y tenía una predisposición muy fuerte por ayudar. Empezó a ganar popularidad, se convirtió en un fenómeno, y eso generó controversias en algunos sectores que la comenzaron a acosar, hasta que esta familia de Turdera -que en 1915 recién se estaba poblando- la albergó, y luego, junto a otras voluntades de la época que creían en ella, le construyeron lo que ahora es el templo que sigue en pie, sobre la calle 9 de julio”, especificó Liotta.

“En Turdera continuó con su gran obra, y ya no la molestaban tanto porque la habían sacado de Buenos Aires”, agregó.
Los relatos de aquella época cuentan entonces que la localidad se vio invadida por un mar de almas que llegaban a pedir fuerzas o auxilio, y a las que ella recibía “de manera muy cordial” y “usualmente vestida de blanco”: “Venía tanta gente que había un tranvía que iba desde el templo hasta la estación de Temperley”, añadió Liotta.

María murió el 2 de octubre de 1928, y de acuerdo a las versiones de ese tiempo, hasta el mismísimo presidente HipólitoYrigoyen vino a su velatorio.
“Tita Merello protagonizó una película que se hizo sobre su vida (“Quién fue la Madre María”, 1974) y en el film se retrata este hecho. Aseguran que Yrigoyen solía consultarla, y que en una de esas ocasiones, cuando él le fue a contar que le habían ofrecido un segundo periodo en el Gobierno, ella le aconsejó que no lo aceptara. Finalmente Uriburu, en ese periodo, dio el golpe”, resaltó Liotta.

En la actualidad, hay cultos diseminados en todo el país donde se la venera, pero el principal, ese donde desarrolló gran parte de su obra y donde la alcanzó la muerte, sigue apostado en la avenida 9 de julio, a pocas cuadras de la cancha Temperley. La vieja casona tiene en la puerta una placa que da fe de que allí vivió la que hoy se ha convertido en una leyenda, y en su interior un museo que repasa su vida.
La región guarda hechos que demuestran que hay fracciones del pasado que merecen ser rescatadas del olvido porque alguna vez colaboraron a la identidad de este suelo. Por eso no está mal correr un poco el velo de las luces y de los brillos de este siglo para reencontrar a los eventos y a los personajes que hicieron del pasado una historia para contar.

Analía Agostino

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