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9 de julio del 2007. Cae nieve en Monte Grande

Nuestras Islas Malvinas

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LAS MALVINAS SON ARGENTINAS

27.11.08

Mundo Actual, Crisis Cíclica

"La biblioteca destinada a la educación universal, es más poderosa que nuestros ejércitos".
Jose de San Martin

Rostros de la crisis - Reflexiones sobre el colapso de la civilización burguesa

La crisis ambiental suele ser atribuida a comportamientos irracionales modificables a partir de la intervención ciudadana. Queda así impuesto un “debate único” en torno de alternativas presentadas como posibles, positivas, constructivas, realistas, etc., alejadas del catastrofismo, del pesimismo y otras perversiones practicadas por los profetas del fin del mundo. De ese modo es desplegada una mega operación de censura ideológica, de bloqueo de la razón, del esfuerzo por conectar la catástrofe ambiental con la lógica de la civilización (burguesa) que la sobre determina.

La crisis mundial apareció primero bajo la forma de una turbulencia financiera empujada por el desinfle de la burbuja inmobiliaria norteamericana, incluso inicialmente no faltaron opiniones de expertos (muy difundidas por los medios de comunicación) asegurando que la tormenta duraría poco dada la fortaleza general de los Estados Unidos y cuando los problemas aumentaron sin superación a la vista una nueva andanada de pronósticos tranquilizadores nos informaba que las dificultades del Imperio no tenían porque propagarse a escala global (sino tal vez muy débilmente). Nació así la vida efímera de la “teoría del desacople” (geográfico) según la cual algunos espacios centrales o periféricos emergentes estarían lo suficientemente resguardados de la tormenta como para preservar sus economías e incluso proseguir la expansión sin mayores problemas. Unos apostaban a la supuesta solidez europea, otros al empuje arrollador de China, India o Brasil y porque no a la renaciente potencia energético-militar rusa. Esos mismos medios de comunicación habían saturado al planeta durante muchos años con la idea de que ninguna nación grande o pequeña podía escapar a la globalización capitalista y que si un país o un grupo de países no insignificantes se resfriaban el contagio seguramente se propagaría a escala planetaria; ahora resultaba que cuando los Estados Unidos, el centro del mundo, sufría una enfermedad grave otros espacios decisivos de la economía global no serían perjudicados o lo serían mínimamente. Que en 2007 la superpotencia representaba cerca del 25 % del Producto Bruto Mundial, una deuda total -pública más privada- cercana al PBM (y una deuda externa total equivalente al 22 % del PBM) no parecía afectar al pronóstico. Como es lógico los efectos de la intoxicación mediática duraron muy poco; Europa entró en recesión empujada por los Estados Unidos pero también cargando con sus propias taras parasitarias, la ola negra llegó también a Japón y e inundó a las llamadas potencias emergentes de la región como India. Corea del Sur o China y de otras zonas de la periferia como Brasil.

La crisis es mundial y será larga, la acumulación de desajustes, su magnitud, no sugieren una rápida recuperación del sistema sino todo lo contrario aun si restringimos el análisis a sus aspectos económicos (a comienzos de octubre de 2008 la crisis financiera se convirtió en un colapso que ha puesto bajo signo de interrogación a todos los escenarios de supervivencia del capitalismo).

El segundo desacople

Pero queda en pié otro desacople no menos ilusorio: el sectorial. Existe una deformación cultural en nuestra civilización que empuja hacia la fragmentación del conocimiento, hacia la negación del mundo como totalidad, como sistema complejo en movimiento. Lucien Goldman solía oponer de manera tajante “ideología” (reduccionista, disociadora) y “visión del mundo”, encontrando allí una de las claves de la reproducción de la opresión burguesa y en consecuencia del camino para emanciparnos de ella marcado por la recuperación de la percepción de la realidad como conjunto amplio, plural, coherente, contradictorio, dinámico.

La crisis actual ha llevado hasta el extremo las tendencias psicológicas disociadoras, en buena medida alentadas por los medios de comunicación. Las turbulencias financieras, energéticas y alimentarias aparecen saturadas de explicaciones superficiales acerca de “errores” gerenciales o de políticas públicas. A veces se establecen vínculos entre ellas, por ejemplo la especulación financiera como causa de la inestabilidad de los precios del petróleo o de ciertos productos agrícolas o bien la relación entre costos energéticos y precios de los alimentos, pero esas interacciones quedan reducidas a juegos de corto plazo o a ciertas tendencias perversas de mediano plazo. La incertidumbre es encubierta con explicaciones anecdóticas casi siempre girando en torno de los cambios de humor en los llamados “inversores”, por su parte las autoridades económicas de los países centrales o de los organismos internacionales que los representan (OCDE, FMI. Banco Mundial, etc.) no cesan de hacer declaraciones contradictorias, un día anuncian los peligros de una recesión inflacionaria, otro día alertan acerca de las amenazas de recesión deflacionaria, por la mañana aseguran que la crisis será pronto superada y por la tarde declaran que el enfriamiento económico puede ser de larga duración. Todo al ritmo de los movimientos erráticos de bolsas y precios y de las corridas impredecibles de los especuladores manipulando masas de fondos cuyo volumen las hace ingobernables. Ni los especuladores ni las autoridades entienden realmente lo que está ocurriendo, se les ha venido encima una avalancha de desastres y cada uno trata de sobrevivir con el instrumental disponible.

Junto a esas crisis se hace presente la de los Estados Unidos (en tanto centro, pilar decisivo del sistema global) a menudo solo mostrada desde su especificidad “nacional”, por ejemplo como resultado de políticas irracionales (por lo general reversibles) impuestas por ciertos grupos de poder; su subordinación estratégica a la dinámica mas amplia del sistema global suele ser ignorada o subestimada.

Una de sus componentes principales es la crisis del Complejo-Militar-Industrial a menudo atribuida a sus “errores” en Irak y Afganistán endosados a su vez al aventurerismo de George W. Bush y sus halcones. La hipótesis de que la misma podría estar expresando la crisis del militarismo burgués (fenómeno engendrado por la evolución del capitalismo mundial) y su probable ingreso en fase terminal, de decadencia, no es tema de debate.

Igual suerte corre la crisis del Estado imperial, acorralada en su especificidad, subestimada, desconectada de fenómenos paralelos en un amplio abanico de países centrales y periféricos y de la historia universal del capitalismo, en especial el ciclo del estatismo iniciado hacia fines del siglo XIX.

Por otra parte la reflexión acerca de la crisis-de la tecnología, es decir de la cultura técnica moderna (incluida la perspectiva de su agotamiento histórico), está por lo general ausente. El “optimismo tecnologista” preserva un predicamento aplastante, nuestro sistema tecnológico es visualizado como una compleja maraña de instrumentos, de conocimientos muy flexibles, cuya dinámica aunque influida por el poder político, económico o ciudadano vigente (y en consecuencia relativamente manipulable) respondería en ultima instancia al movimiento más general, sobreterminante, del llamado progreso humano, desde la edad de piedra hasta el siglo XXI.

En fin, la crisis ambiental suele ser atribuida a comportamientos irracionales modificables a partir de la intervención ciudadana. Queda así impuesto un “debate único” en torno de alternativas presentadas como posibles, positivas, constructivas, realistas, etc., alejadas del catastrofismo, del pesimismo y otras perversiones practicadas por los profetas del fin del mundo. De ese modo es desplegada una mega operación de censura ideológica, de bloqueo de la razón, del esfuerzo por conectar la catástrofe ambiental con la lógica de la civilización (burguesa) que la sobre determina.

Sacar a la luz e integrar estas y otras “crisis” en una visión general constituye una tarea extremadamente difícil, pero dramáticamente necesaria, urgente. La aceleración y expansión del desorden global nos impone la necesidad de ver más allá de la superficie y de los aspectos parciales, única manera de comprender el mundo que vivimos.

Crisis financiera

La crisis financiera debe ser entendida como expresión de la hipertrofia de las actividades especulativas, es necesario ir más allá de la sucesión de burbujas que se desarrolló desde mediados de los años 1990 hasta la actualidad (burbujas bursátiles, inmobiliarias) y abarcar las cuatro últimas décadas durante la cual una crisis crónica de sobreproducción de carácter global (cuyo inicio podría ser establecido en 1968-1973) fue alimentando al globo especulativo que a su vez reforzó la enfermedad del sistema económico. La crisis de los países centrales pudo ser amortiguada, postergada, gracias a un complejo mecanismo de desarrollo mundial de negocios financieros pero dicha postergación prolongada terminó por engendrar uno de los factores decisivos de la crisis total del sistema (que ahora estamos empezando a recorrer). La prosperidad de la post guerra terminó en 1973-74 con el shock petrolero que encontró a una economía mundial muy frágil debido a la suma de hechos negativos que lo precedieron como los desordenes monetarios, la caída en la rentabilidad empresaria, la desaceleración del circuito de endeudamiento y consumo privados, el incremento de la capacidad productiva ociosa. Con el telón de fondo de una crisis de sobreproducción las economías industrializadas ingresaron en la llamada “estanflación”, los precios subían al igual que la desocupación y los aparatos productivos se estancaban. A partir de allí la tasa de crecimiento económico mundial fue cayendo tendencialmente, el fenómeno persistió hasta la actualidad (ver el gráfico 1).

Esto se tradujo en altos niveles de desocupación y precarización laboral agravados por la guerra tecnológica entre las empresas que buscaban preservar o conquistar mercados cada vez mas duros. En consecuencia se fue imponiendo una tendencia pesada, de larga duración de desaceleración de la demanda de las naciones ricas, en los países de la OCDE la tasa de crecimiento real promedio del consumo privado final había llegado al 5,1% en el período 1961-73 pero descendió al 3,1% en 1974-79, al 2,7 % en 1980-89 y al 2,3 % en 1990-99 (1). Lo que a su vez frenó la expansión productiva convirtiendo a la sobreproducción real o potencial desatada desde comienzos de los 1970 en un fenómeno crónico que persistió en el largo plazo.

La desaceleración económica causó déficits fiscales. Un achicamiento del gasto público o una mayor presión tributaria habrían tenido efectos recesivos, por otra parte existían excedentes financieros de empresas y bancos (petrodólares, etc.) con serias dificultades para convertirse en inversiones productivas debido a la situación de estancamiento.

La solución al problema fue encontrada por medio del crecimiento de la deuda pública, de ese modo el endeudamiento de los países ricos desde los 1980 sucedió al endeudamiento de países pobres del segundo lustro de los 1970.

Esto se vio facilitado por la liberalización financiera y cambiaria que en esa época empujó hacia arriba las tasas reales de interés y eternizó la inestabilidad de las paridades entre las monedas fuertes. Los estados necesitaban fondos (para sostener las demandas internas a través de pagos de pensiones, subsidios a desempleados, gastos militares, etc.) que desbordaban las disponibilidades monetarias locales, entonces acudieron a los inversores internacionales lo que les obligó a eliminar las trabas a la libre circulación de monedas, a la compra-venta de títulos públicos y privados y al desarrollo de negocios financieros. La financierización empresaria completó el círculo; las empresas colocaban fondos en títulos públicos pero también en papeles que intercambiaban entre ellas o bien empapelaban el mercado bursátil con sus acciones.

La interacción perversa de tres fenómenos: desaceleración del crecimiento económico, crecimiento del endeudamiento público y financierización empresaria, generó un monstruo que creció sin cesar hasta convertirse en hipertrofia financiera global alimentada por tasas de interés relativamente altas que desaceleraban la inversión y la demanda.

Hacia comienzos de los 1990 los endeudamientos estatales comenzaron a ser percibidos negativamente por lo gobiernos centrales y los grandes grupos económicos (el salvavidas liberal se hacia cada vez mas pesado amenazando con hundir a las economías desarrolladas). Por otra parte los excedentes acumulados por el sistema financiero mundial requerían nuevas áreas de expansión que les permitieran preservar sus niveles de rentabilidad, diversos mecanismos adicionales posibilitaron el sostenimiento de su reproducción ampliada.

La ingeniería financiera aceleró ese desarrollo, fondos de pensión y de inversión, bancos y empresas encontraron en la revolución informática el atajo tecnológico que les permitió crear “productos financieros derivados” de alta complejidad (ver el gráfico 1), articular una red bursátil y cambiaria internacional muy dinámica y otras innovaciones que los medios de comunicación pintaban como las cabeceras de playa del nuevo capitalismo planetario triunfante. Esos negocios atraparon también a familias y pequeños ahorristas que se incorporaban de manera directa o indirecta, principalmente en los Estados Unidos, a la euforia de las elites. Se inflaron valores de acciones y otros activos especulativos, aumentó la masa financiera global.

Por otra parte se acentuó y generalizó el llamado fenómeno de las “economías emergentes”, hacia allí fueron flujos monetarios que adquirieron e instalaron empresas, compraron papeles públicos y privados, todo ello en una lógica de beneficios altos y rápidos que expandieron aun más la marea financiera. El desmantelamiento de la URSS y otros países del este europeo generó en los años 1990 una gran evasión de capitales hacia las economías centrales reforzando dicho proceso.

Lo que fue presentado como la incorporación de países subdesarrollados y ex-socialistas al sistema global de mercado, a las ventajas del Primer Mundo, no fue sino la implantación de sistemas de depredación que desarticularon aún más a esas economías. En ciertos casos presentados como “exitosos” (como los de Brasil, India, China y otros países de Asia) fueron instalados o reforzados mecanismos de superexplotación de trabajadores y/o recursos naturales al servicio del consumo y la producción de los países centrales (vía materias primas o productos industriales baratos).

Finalmente se desarrolló un fenómeno en sus comienzos marginal pero que luego se fue instalando en el corazón de la economía internacional: el espacio de los negocios ilegales, visibles, desembozados en la periferia, discretos en el centro (donde residen sus jefaturas estratégicas). Estos negocios de muy alta rentabilidad se expandieron como una mancha de aceite cubriendo de áreas mafiosas al sistema global. Tráfico de drogas y armas, prostitución, golpes de mano sobre patrimonios públicos periféricos, etc., forjaron una masa de negocios que por su volumen y dinamismo pasó a constituir un factor decisivo de la reproducción de la economía mundial.

La crisis asiática de 1997 apareció en su momento como una catástrofe financiera de la periferia emergente, sin embargo debería ser vista como una crisis global cuyo corazón se encontraba en los países centrales envueltos por la desaceleración productiva y el parasitismo (la burbuja especulativa asiática de aquellos años no fue mas que una epifenómeno del cáncer financiero central). Pero al iniciarse la década actual el motor visible del desorden se presenta claramente en el centro del mundo: los Estados Unidos y las otras grandes potencias.

La profundización de la crisis nos permite ver mas allá de los juegos conceptuales que fabricaban universos económicos “monetarios” y “virtuales” despegados de la llamada “economía real”. Las interrelaciones concretas entre los fenómenos descriptos demuestran el carácter ilusorio de las fronteras entre esas supuestas esferas diferenciadas, no se trata sino de una sola realidad, estructural, material, social donde la producción de bienes, su intercambio, los medios monetarios, el empleo, pero también la política, el Estado, la tecnología, etc., conforman un único sistema a la deriva.

Al comenzar el siglo XXI el desborde financiero provoca turbulencias de gravedad creciente en los países centrales, sus mecanismos de exportación de la crisis (hacia la periferia) y de control interno de la marea especulativa devienen insuficientes ante el volumen alcanzado por esos negocios. Los productos financieros derivados registrados por el Banco de Basilia en el año 2000 equivalían a cerca de dos veces el Producto Bruto Mundial de ese momento, a mediados de 2008 los derivados registrados (algo más de 600 millones de millones de dólares) equivalen a algo más de diez veces el actual PBM. Si a ese volumen le sumamos los otros negocios especulativos en danza llegaríamos a unos mil millones de millones de dólares, aproximadamente unas 18 veces el PBM, que algunos autores califican como el “mega agujero negro financiero de la economía mundial”. Pero la marea parasitaria no podía expandirse indefinidamente, tarde o temprano tenía que colapsar y como es lógico el puntapié inicial fue dado en el centro del centro del mundo; los Estados Unidos.

Dos observaciones de carácter general son necesarias.

En primer lugar constatemos que la sobrevalorización de activos financieros no ha sido otra cosa que un mecanismo de concentración mundial de ingresos y de saqueo (desarticulador) económico que ampliaba cada vez mas la brecha entre los aparatos productivos (globalizados) dominados por la lógica del parasitismo especulativo y masas crecientes de pobres y excluidos (principalmente, pero no solamente, en la periferia). La sobreproducción crónica se autoalimentaba con su propio veneno marginalizador-concentrador-financiero.

En segundo término tenemos que ver al movimiento de financierizacion de las últimas cuatro décadas como etapa superior, final, del proceso de expansión financiera del capitalismo iniciado hacia fines del siglo XIX, evaluado por los textos célebres de Lenin, Hilferding, Bujarin y otros autores. Sobre todo es necesario tomar en consideración las referencias de Lenin acerca del carácter decadente del fenómeno (2) y de Bujarin respecto de la formación de una clase capitalista parasitaria, cada vez mas alejada de la cultura productiva (3).

Podríamos diferenciar (utilizando la conceptualización gramsciana) una primera etapa (desde fines del siglo IXX hasta fines de los años 1960) de “dominación” financiera donde esos negocios controlaban crecientemente el corazón del sistema pero lo hacían bajo el disfraz cultural del productivismo industrial. Le siguió una segunda etapa (iniciada en los años 1970) de “hegemonía” financiera donde el cáncer parasitario controla integralmente al sistema, arroja a un costado los discursos productivistas que aún sobrevivían y convierte su estilo de vida en el centro de la cultura universal.

Tal vez debamos establecer una tercera etapa, marcada por una suerte de parasitismo decadente, irrumpiendo en la primera década del siglo XXI, caracterizada por la saturación financiera de la economía mundial empujando hacia el colapso del sistema donde emergen dinámicas de autodestrucción del capitalismo pero también de recomposición salvaje, de barbarie, reedición actualizada y a escala ampliada de la tentativa hitleriana (si adoptamos esa hipótesis Bush y sus halcones serían los pioneros de la nueva era).

Las crisis energética y alimentaria

Habiéndose cumplido el pronóstico formulado por King Hubbert en 1956 acerca del momento de máximo nivel de la producción petrolera norteamericana, que como él lo anunció comenzó a decaer desde comienzos de los años 1970, parecen ahora cumplirse (utilizando la misma metodología) los pronósticos más pesimistas referidos al máximo nivel de la producción petrolera mundial que fijaban la llegada del techo para antes del fin de la década actual. Desde hace algo más de dos años y medio la curva de extracción tiende a aplanarse dentro de una franja que oscila entre los 84 millones y los 88 millones de barriles diarios, tal vez rompa ese techo pero lo haría muy probablemente forzando la capacidad productiva racional en áreas claves del sistema internacional de explotación del recurso y sin conseguir modificar la tendencia hacia el estancamiento. ¿En que momento la actual evolución productiva levemente ascendente se convertirá en declinación?, todo parece indicar que la duración del estancamiento es directamente proporcional a la futura tasa anual de declinación. Si la presión de los grandes consumidores globales consigue someter a los principales productores (Medio Oriente, Cuenca del Mar Caspio, Rusia, etc.) obligándoles a súper explotar sus yacimientos; tarde o temprano podrían producirse colapsos productivos importantes en algunos de ellos.

La recesión internacional en la que estamos ingresando anuncia la desaceleración del consumo petrolero incluso su descenso, ello debilita la suba del precio haciéndolo bajar en ciertos períodos, tendencia reforzada por el repliegue de fondos especulativos que apostaban al alza de su cotización. Sin embargo el hecho de que nos encontremos en la cima extractiva global (el “Peak Oil”) o muy próximos de la misma nos indica la existencia de disparadores inflacionarios (dinámicas alcistas en el precio del petróleo) que cuando la extracción comience a descender irán apareciendo desde niveles cada vez más bajos del Producto Bruto Mundial. En síntesis, la tendencia de largo plazo es hacia la suba del precio que no tiene porque ser ordenada, fácilmente previsible, sino todo lo contrario. Sucesivas entradas y repliegues de fondos especulativos en dicho mercado atraídos o repelidos por hechos reales o imaginarios de cada coyuntura prolongarán hacia el futuro la trayectoria zigzagueante-ascendente que se viene desarrollando en los últimos años, provocando inflación, bloqueando el instrumental anti recesivo de los países capitalistas centrales.

Una nueva era de crecimiento económico prolongado necesitaría sincronizar sistemáticos ahorros de energía y reemplazos de recursos energéticos y mineros en general no renovables por recursos renovables o por recursos no-renovables (¿cuales?) sometidos a nuevas técnicas de explotación cuyas “inmensas” reservas (relativas) alejarían para un futuro muy lejano el tema de su agotamiento (esto último es lo que ocurrió desde fines del siglo XVIII con la explotación del carbón mineral primero y del petróleo mucho tiempo después).

Ello requeriría un salto innovativo, una ruptura capaz de superar casi dos siglos y medio de una cultura tecnológica muy densa basada en la explotación intensiva de recursos no-renovables. No se dispone ni del menor indicio serio de que esa ola innovadora este apareciendo ni de que pueda aparecer durante la próxima década.

La irrupción de los biocombustibles demuestra que efectivamente esa ola no existe. Su expansión, incluso la más osada, no consigue superar la penuria energética y el acaparamiento de tierras fértiles y productos agrícolas con fines energéticos reduce la oferta alimentaria, trae hambre e inflación.

La utilización a gran escala de energía nuclear, además de plantear graves problemas de seguridad, enfrentaría un rápido agotamiento de las reservas de uranio, por su parte la expansión del empleo del carbón enfrenta problemas de costos de reconversión, de muy difíciles adaptaciones tecnológicas, de polución y finalmente de agotamiento del recurso. Según recientes evaluaciones las explotaciones intensivas de las reservas de uranio y carbón (en el nivel necesario como para suavizar la crisis energética) llevarían a la declinación de su extracción aproximadamente a partir del año del año 2030 y posiblemente antes (4).

Las fuerzas productivas mundiales tal como ahora las conocemos se encuentran bloqueadas por un techo energético producto de su propio desarrollo, de su interacción con la “naturaleza”, aprehendida desde la lógica de la modernidad, es decir como objeto de depredación (el notable éxito energético del capitalismo industrial fue en realidad la antesala de un desastre universal). Por otra parte el bloqueo energético al crecimiento económico plantea el tema crucial de la expansión incesante del producto bruto global, necesidad vital para el capitalismo pero no para otras formas de organización social donde el consumo, la posesión de objetos materiales, serían subordinados a la convivencia humana. Dicho en otros términos, la humanidad podría reducir sustancialmente su gasto de energía produciendo globalmente menos a condición de reorganizar su sistema productivo en torno de las necesidades básicas de la reproducción social liberadas de dictaduras elitistas y parasitarias, es decir de la cultura occidental-burguesa. Esto que aparece aún como una propuesta utópica, inalcanzable, sera cada vez más (a medida que avance la crisis general del sistema) un programa urgente de sobrevivencia (rehumanización del “sentido común”).

Pero hoy estamos sumergidos en plena crisis capitalista donde la penuria energética constituye una realidad ineludible, en consecuencia ocupa el centro de la escena la lucha por la apropiación de dichos recursos entre las potencias dominantes (USA, Japón, Unión Europea) y sus asociados emergentes periféricos (China, India). Aparece entonces la guerra por el control de los yacimientos y las vías de distribución (oleoductos y gasoductos) y su impacto no solo sobre el mundo subdesarrollado sino también sobre la evolución social de los países centrales (por ejemplo la tesis acerca del “fascismo energético”). Esa guerra comenzó en los años 1990 cuando el tema del agotamiento de los recursos energéticos tenía una difusión marginal. La ofensiva militar norteamericana sobre Eurasia en algunos casos solitaria y en otros asociada con la Unión Europea se inició con la primera guerra del Golfo, siguió con las guerras de Yugoslavia (flanco izquierdo de la franja eurasiática) y continuó con las invasiones de Afganistán e Irak, las amenazas occidentales contra Irán hasta llegar a las recientes aperturas de nuevos frentes militares en el Caucaso (enfrentando a Rusia) y en Pakistán. Se trata de una loca fuga hacia adelante acompañada por la incesante expansión de la OTAN.

La crisis económica en curso podría en principio frenar el ímpetu imperialista aunque no es seguro que ello suceda, también podría imponerse la alternativa opuesta: la escalada militarista de Occidente, la experiencia histórica occidental nos enseña que su anterior mega crisis (aproximadamente 1914-1945) generó fascismo y guerra. La descomposición y la recomposición autoritaria constituyen tendencias visibles que pueden alternarse e incluso combinarse trágicamente.

Por su parte la crisis alimentaria está estrechamente asociada al tema energético. Las transformaciones neoliberales que liquidaron economías campesinas tradicionales contribuyeron al problema, por su parte la aparición de nuevas presiones de demanda de alimentos (por ejemplo de China) y las avalanchas especulativas sobre esos productos empujaron en su momento los precios hacia arriba. Pero fue principalmente la crisis energética la que impulsó los costos agrícolas a través de los mayores precios de los hidrocarburos. Las llamadas modernizaciones agrarias, las “revoluciones verdes” aplicando tecnologías avanzadas, mas “productivas”, generaron una aguda dependencia respecto de los hidrocarburos en los principales sistemas agrarios del planeta. Luego cuando llegó la crisis de la energía el remedio buscado a través de los biocombustibles encareció tierras y productos agrícolas.

Nos encontramos ahora ante la perspectiva de una subproducción relativa de alimentos a escala global (paralela a la subproducción energética) causada por la dinámica general (el llamado progreso) del capitalismo, su desarrollo tecnológico.

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