Nieve en Monte Grande

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9 de julio del 2007. Cae nieve en Monte Grande

Nuestras Islas Malvinas

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LAS MALVINAS SON ARGENTINAS

2.11.07

Fútbol, ese bello deporte

PEQUEÑAS DELICIAS DEL AYER

Por Jorge Barraza

Fue en el Sudamericano de 1916 (antes no se hablaba de Copa América sino de Sudamericano). Brasil vencía a Uruguay 1 a 0 con gol del “Tigre” Arthur Friedenreich, el pionero de los Pelé, Ronaldos y Romarios cuando, a los 16 minutos, debió retirarse lesionado el zaguero Orlando Pereira. Era una situación inédita, por lo cual los jugadores brasileños pidieron a los uruguayos poder reemplazarlo. El capitán oriental Jorge Pacheco se opuso: “Los cambios no están permitidos”. Con la ventaja del hombre de más, Uruguay dio vuelta el marcador y quedó a las puertas del título.
Chile llegó a Buenos Aires, sede de ese primer torneo, con Carlos Fanta como entrenador de su equipo y árbitro a la vez. Sidney, centromedio brasileño, también dirigió un partido. Hoy sería un escándalo.
Isabelino Gradín, entreala izquierdo uruguayo, era futbolista y atleta. Ostentaba el récord sudamericano en 400 metros llanos.
Epitacio Pessoa, presidente de Brasil, imparte una directiva a su asociación de fútbol: que no se lleven futbolistas negros en la delegación que concurrirá al Sudamericano de 1921 en Argentina.
En Brasil 1919, el arquero celeste Roberto Chery hace un esfuerzo desmedido para controlar una pelota en el cotejo frente a Chile y se le estrangula una hernia. Sigue jugando, pero por la noche es hospitalizado y muere días después. A su retorno a Buenos Aires, ya eliminada del torneo, la delegación argentina lleva el féretro de Chery y lo entrega en Montevideo a las autoridades locales.
Son pequeñas perlas de la Copa América que extraemos a medida que nos internamos en las aguas profundas de su historia. Reflejan cómo era el fútbol en los tiempos primeros, el espíritu que imperaba. Estamos editando el libro de la Copa, primer torneo continental de selecciones del mundo, y nos maravillamos con sus curiosidades.
Américo Tesoriere, el legendario arquero boquense de la Selección Argentina, terminó en 1924 su segundo Sudamericano con el arco invicto. En el choque final, uruguayos (locales) y argentinos empataron 0 a 0 y con la igualdad los Celestes fueron campeones. Pero todos entendieron que esa tarde el campeón era “Mérico”, de actuación descomunal. Narra el notable periodista uruguayo Borocotó: “Infinidad de veces Tesoriere ahogó el grito de gol en millares de gargantas. Al final del match, fue llevado en andas por los mismos jugadores uruguayos hasta donde estaba el Presidente de la República para recibir las felicitaciones efusivas del Primer Magistrado y de sus hijas”.
En Lima 1935, Chile enfrenta a Argentina. En el segundo tiempo, Enrique Sorrel ingresa por Arturo Carmona en la Roja. Es el primer cambio de la historia. Pero recién muchos años después se coloca el banco para los suplentes al costado del campo. Hasta entonces, los reservas se sentaban junto al alambre o simplemente se recostaban al borde de la raya de cal. Y algunos hasta se fumaban un cigarrillo mientras esperaban poder entrar. ¿Insólito…? Así eran las cosas.
En ese mismo 1935, Perú y Chile, hoy recelosos rivales, entran al campo y posan juntos, entremezclados y abrazados, en una muestra de camaradería casi inentendible en nuestros días. No era de extrañar, dos años antes, jugadores de Universitario, Alianza y Colo Colo habían hecho una extensa gira por América y Europa conformando el “Combinado del Pacífico”.
Aquella de Lima marcó un hito: fue la primera Copa transmitida íntegramente por radio para el Río de la Plata. Un avance extraordinario de las comunicaciones.
Zizinho cuenta en su libro autobiográfico que en el certamen de 1949 fue expulsado ante Perú, pero pudo jugar el lance siguiente frente a Uruguay. También en este juego lo echaron, pese a lo cual disputó la final contra Paraguay. Es que no existían todavía las suspensiones.
En 1942 Ecuador asistió por primera vez a un torneo en el Río de la Plata. Su viaje fue una aventura digna de Julio Verne. Salió en barco desde Guayaquil a Lima. Allí trasbordó a otro buque que lo llevó a Valparaíso. De allí pasó a Buenos Aires en tren y por último hizo la última escala hacia Montevideo en el Vapor de la Carrera.
En 1953, cuenta el paraguayo Rubén Fernández (autor del tercer gol a Brasil en la final), “Nuestro técnico, Fleitas Solich, era un hombre y un estratega excepcional. Un padre espiritual para nosotros. En la mitad del torneo lo llamaron de Flamengo para contratarlo y se fue a Río de Janeiro. Tardó muchos días y ya no lo esperábamos. Salimos del hotel para jugar la final muy apesadumbrados. Pero al llegar al estadio nos estaba esperando en el camarín. ¡Qué alegría nos dio! Había hecho una increíble combinación de vuelos y llegó justo para el partido. Como no tenía más tiempo, fue desde el aeropuerto al estadio. Entramos con un ánimo tan extraordinario que a los 41 minutos ya ganábamos 3 a 0”.

“BASTA DE MASCOTAS….”

Por Jorge Barraza

La señorial y cosmopolita Buenos Aires de 1921, cuna de la Copa América, volvía a hospedar el incipiente torneo en el imponente estadio del club Sportivo Barracas, cuyo fulgor comenzó a extinguirse en los años treinta. Chile había desistido de participar por problemas internos; en cambio el fútbol sudamericano saludaba el ingreso de un nuevo competidor continental: Paraguay.
El fixture no favoreció a los guaraníes, que llegaron en barco navegando el Paraná. El 9 de octubre harían su debut absoluto nada menos que ante los uruguayos, tricampeones y grandes dominadores del escenario regional. Tres días después se toparían con Brasil y cuatro más tarde con el anfitrión, Argentina. Terrible para un fútbol que daba allí sus primeros pasos.
Para mitigar en parte la inexperiencia, los dirigentes paraguayos hablaron con el “Negro” José Laguna, mítico jugador de Huracán y la Selección Argentina de comienzos de siglo; éste les dio una mano oficiando de técnico, sicólogo y guía de turismo.
Y llegó el gran día. Los paraguayos descendieron del bus y entraron de a uno en el estadio, atestado por 35.000 personas. Ya habían pasado más de veinte, por lo que el controlador de entradas sospechó y frenó al último, un chico con una boina, y le dijo: “Basta, los paraguayos ya metieron muchas mascotas”. El muchachito respondió humildemente: “Yo no soy mascota, señor… soy el win izquierdo, me llamo Gerardo Rivas”, y se abrió el saco mostrando la camiseta albirroja abajo. Intervino Laguna y solucionó el inconveniente.
Ya en los vestuarios, se acercó a Laguna el dirigente uruguayo Dr. Pereira Bustamante, antiguo amigo y rival en los primeros sudamericanos, para tranquilizarlo. “No te preocupés, Negro -le dijo-, si querés les digo a mis muchachos que no aprieten tanto, para no golearlos”. Laguna respondió secamente: “En la cancha somos once contra once; no les tenemos miedo y les vamos a jugar a muerte”.
La multitud argentina estaba abiertamente a favor de los paraguayos, aunque temía que les hicieran seis o siete goles.
El saque correspondió a Paraguay. Hubo un par de toques rápidos, se la pasaron a Rivas, éste eludió en buen estilo a Broncini y Benincasa y se ganó una atronadora ovación. “No son tan malos”, pensó la gente, entusiasmada.
A los 8 minutos sucedió lo increíble: Ildefonso López hizo un pase en cortada hacia la izquierda y el jovencito Rivas, entrando resueltamente, dejó parados a dos rivales y fusiló a Casella.
La multitud invadió la cancha y lo levantó en andas; el partido estuvo suspendido 15 minutos hasta que se restableció el orden. Paraguay vencía a Uruguay. ¡Insólito!
“¿Viste lo que hizo el Pibe?”, se preguntaron miles de hinchas. Ahí mismo quedó bautizado para siempre: el Pibe de Oro. Jugaba en Libertad y años después pasó a Rosario Central. Se quedó a vivir en Rosario y hasta siendo anciano se lo seguía llamando “el Pibe” Rivas.
En Asunción, un gentío aglomerado frente al periódico “El Diario” recibió la noticia con euforia inusual. El telégrafo acercaba las novedades y un empleado las anotaba en una pizarra.
A los 20 minutos, Ildefonso López marcó el segundo y desde ese momento se silenció el telégrafo. Hasta varias horas después no se supo el final. Había ganado Paraguay 2 a 1. Allí arrancó su fama de fútbol sencillo pero luchador y valiente. El júbilo alteró la quietud asuncena. Hubo disparos al aire con armas de fuego, una multitud se volcó a las calles.
La deliciosa anécdota está extraída del libro “Paraguay, un siglo de Fútbol”, del Dr. Miguel Angel Bestard, diplomático e historiador futbolero, quien supo ser dirigente liberteño. Cuando se aproxima otra Copa, vale rescatarla del olvido.

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