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29.6.07

Historia:La lección cívica y humanista de Ricardo Rojas

La lección cívica y humanista de Ricardo Rojas,
por Guillermo R. Gagliardi


Fuera de los círculos eruditos o de las preocupaciones de algún culto lector, la gran mayoría de los argentinos desconoce, desgraciadamente, la importancia y esencia de la vida y obra de RICARDO ROJAS (16-09-1882/ 29-07-1957).

Su magisterio fue, y es, llamativamente vasto e intenso. Abarca el campo de la Literatura, la Filosofía, la Pedagogía, el Arte, la Historia, la Política.. Y fundamentalmente luce una raíz cívica y moral.

Ciudadano ejemplar. Profesor de infatigable vocación y laboriosidad, Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Crítico literario. Narrador romántico y simbólico, telúrico y racial en sus imágenes y evocaciones en “El país de la selva” (1907, donde evoca las criaturas de Zupay, el Toto-diablo, el ruanuturunco, etc.) y en sus entrañables relatos de “El Ucumar” y “La Psiquina” en “Caras y Caretas”.

Poeta de la Libertad y el Progreso, en su “Oda latina”, “Canciones”, “Los lises del blasón” y “La victoria del Hombre”. Americanista y esteta de la Argentinidad, en su “Blasón de plata” (1910), “La Argentinidad” (1916), “Oda a las banderas” (íd.), “Eurindia” (1924, una “síntesis filosófica”, “un ensayo de estética”, “una deidad guiadora”), “Silabario de la decoración americana”. Resume su doctrina en alegorías y metáforas: las de la Tierra, el Árbol y el Templo.

En su exilio (1934), en Tierra del Fuego, escribe el bello e interesante “Archipiélago” (publicado en 1942), que contiene una descripción de la región fueguina, junto con valiosas apreciaciones sobre sus posibilidades civilizatorias y muchas inquietudes al modo sarmientino. Propone la fundación de centros de colonización, el mejoramiento de los transportes y cultivos e industrias. Y allí concibe el sugestivo poema en tercetos “Albatros”, símbolo imperecedero del Poeta que también evocara Baudelaire. Inmenso en el vuelo de sus alas, su Inspiración, y de extrema fuerza de Voluntad ante las dificultades terrenas. Allí invoca al ave fuerte y tempestuosa, a la Patria injuriada y traicionada, a la castigada y rescatable raza aborigen y al Cristo Invisible. Canta victorhuguescamente a la inmensidad del paisaje y a la soledad humana ante el cosmos, y cual Byron prometeico y épico, a la Libertad atacada: “Ave de los confines de la vida,.../ lleva (...) el canto de la Patria herida”. Alto sentido panteísta superado por un llamado a la acción concreta, nos habla de un impulso de avance y de cambio: “ya es hora. Que el entusiasmo cuaje”, “rompa mi golpe recio las marañas/ hinche la sangre del esfuerzo el músculo”.

Contemporiza con la generación española del 98 y los intelectuales ante la guerra civil de 1936. Escribe entonces libros entrañables como “El Alma española”(1907) , “Retablo español” (1938) o “Cervantes” (dicta los primeros cursos criollos de nivel universitario sobre el autor del “Quijote” y edita las poesías, en 1916). Siempre en la línea severamente democrática y republicana, publica “El radicalismo de mañana” (1932). En sus últimos años, del ’43 al ’55, renuncia a sus cátedras y funciones universitarias, resiste al gobierno del Gral. Uriburu. Abomina, como siempre, del mercantilismo y los fanatismos ‘militaristas’ o ‘clericalistas’ . Edita “Ensayos de crítica histórica sobre episodios de la vida internacional argentina” (1951). La Editorial Losada publica sus “Obras Completas”.

Su “El Santo de la Espada”(1933) y “El Profeta de la Pampa” (1945, año en que obtiene el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores), participan de su acendrado misticismo nacionalista y del culto de nuestros símbolos. Don José de San Martín adquiere en su densa prosa la categoría de un héroe clásico y wagneriano y un místico, un estoico y un idealista, “asceta del patriotismo”, un mito. En 1911 edita una completa “Bibliografía de Sarmiento”, luego “El pensamiento vivo de Sarmiento”. En esta “Vida de Sarmiento” del ’45 “Procuro restaurar toda la verdad sin excluir amores o conflictos íntimos. Este libo no es panegírico ni alegato, sino empreño estético por abarcar el raro fenómeno humano que fue S., y sentirlo en la plenitud de su pulso vital”. “Por encima de los honores oficiales y de las polémicas políticas, él nos trajo un mensaje: ’Educar al Soberano’, y eso es lo más puro que de su pensamiento sobrevive”. “Sus contradicciones aparentes son numerosas, y desconcertantes sus contrastes psicológicos”. “En S. el indio y el español coexisten y pelean; mas como el español y el indio se han reconciliado en mí, yo he podido entenderlo en sus desarmonías y compadecerlo en su dolor. Nuestro drama social del siglo XIX, en él se personifica, y ciertos motivos de aquel drama siguen siendo actuales”. El motivo sarmientino es una constante clave en su obra y en su persona moral, desde sus poemas primeros, hasta los prólogos a diversas obras del Sanjuanino en la Biblioteca Argentina de la Librería ‘La Facultad’. En 1938 en su discurso académico ante el Cincuentenario de la muerte del autor de “Facundo” alza su voz, de las más significativas en esos homenajes oficiales: “Sarmiento fue maestro dinámico y hombre que buscó la inmortalidad, el mejor modo de honrarlo es discutir sus ideas, replantear los problemas que él planteó, ver qué nuevos problemas surgieron de la realización de sus ideas...”. Advierte, visionario y fiscal él también, “Bien está el toponímico puesto en la calle y en la escuela, pero el toponímico puede también vaciarse de sentido y, a fuerza de repetirse, borrarse como la efigie y el exergo en el cuño de la moneda”.

“Los Arquetipos” (1922), “La restauración nacionalista” y su fundamental “La literatura argentina” lo consagran como educador inspirado y destacado escritor de su época.
Sociólogo, folklorólogo, investigó los mitos populares latinoamericanos en su dramaturgia singular: “Ollantay” (1939, tragedia de los Andes, en verso, presenta la rebelión del ‘Runa’, del hombre de la tierra, con el Inca, el soberano descendiente del Sol), “La casa colonial” (en torno a la conspiración de Álzaga y el ideal libertario en que se forjó nuestra patria), “Elelín” (sobre la conquista y la formidable proeza de los guerreros que abrieron con su valor las rutas del Nuevo Mundo), “La salamanca” (‘misterio colonial’ versificado, de 1943, en que muestra el castigo del encomendero codicioso, cruel y supersticioso, a pesar de su proclamada fe).

La magnitud de sus escritos, discursos, informes, clases universitarias, conferencias y ensayos, sólo es comparable a la de Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi o Joaquín V. González, columnas miliares del pensamiento argentino.

Había establecido una Heráldica nacional. Un tronco de tres ramas. La primera, constituida por la gente autóctona. La segunda, por los criollos de la época colonial. La tercera, por los descendientes de éstos, mezclados con el aporte inmigratorio. Resuelve los problemas de nuestra nacionalidad en tres términos básicos. Superar el factor autóctono. Consubstanciarse con el español. Y asimilar el factor extranjero.

Denunció algunos males que aún envenenan la consolidación de una nación verdaderamente republicana. Y esgrimiendo solidez argumentativa y de expresión. “El olvido creciente de las tradiciones”, “la corrupción popular del idioma”, “el desconocimiento de nuestro propio territorio”, “la falta de pasión en las luchas”.

En 1913, había inaugurado la primera Cátedra de Literatura Argentina y luego el Instituto de esa especialidad. Y cuatro años después iniciaba su “Historia...” (1917-1922), primer intento de pesquisar y sistematizar nuestro pasado literario, con el que obtuvo el Primer Premio Nacional de Literatura (1923): “me propongo historiar las emociones, los sentimientos, las pasiones, las ideas, las sensaciones, y los ideales argentinos, tomando como signo de esos estados de alma nuestra literatura”.

En ardorosas conferencias y ajustados artículos periodísticos advirtió: “Es necesario conocer con disciplina intelectual los valores del pasado, es necesario definir con honestidad moral el desacuerdo con las cosas del presente... Por eso la juventud debe estudiar la historia de nuestro país, saber cuánto nos ha costado crear lo que tenemos, analizarse a sí misma para saber si está en condiciones de reemplazar con la ventaja lo que ella combata”.

Complementa la fórmula “Civilización o Barbarie” con su “Indianismo o Exotismo”. Formula votos sinceros para que nuestros artistas vivan en “amor conyugal” con su tierra, contemplen, observen, mediten, ante el espectáculo de los modelos locales. “Y verán que la belleza y el dolor, fuentes universales del arte, existen aquí también”.

Su obra sobre “El radicalismo” (1931) tiene el carácter de un verdadero tratado político-social. Lo guía un interés primordial: “la autonomía espiritual y económica de la Nación, tanto como la emancipación económica y espiritual del hombre argentino”. “Somos un pueblo muy trabajador, cargado de gabelas internas y de deudas internacionales” observa.

Nuestra escuela actual debe volver a leer las obras del ilustre pensador tucumano. Los estudiantes, a meditar y concretar en la conducta personal y pública, sus altos ideales y preocupaciones nacionales y humanistas. Pues es devoto de la idea de que la Escuela ha de ser la cuna de la Argentinidad, pues “se trata de salvar la cohesión nacional, la tradición como fuerza de perduración, y el idioma como instrumento de comunicación”. Porque ha sido un constructor honesto y un analista de nuestra realidad esencial, un aportador de ideas útiles de permanente vigencia. “Seremos argentinos cuando sintamos en nosotros la adherencia que tuvo el indio con su suelo, fuente del arte, fuente del mito; cuando sintamos la capacidad creadora de civilización que tuvieron los españoles, fundadores de nuestras ciudades; cuando sintamos la plasticidad del gaucho en su horizonte pampeano y su numen de hombre libre para superar la realidad y para cantarla; cuando tengamos la capacidad para el trabajo disciplinado como el gringo; y cuando no seamos ni indios, ni gauchos, ni españoles, ni gringos, sino argentinos.. .”.

El patriotismo de Rojas, su lección de moral cívica y de arquetípico intelectual humanista, le viene de Sarmiento, de quien tenía como el más grande honor y deber de conducta ciudadana, el llamarse “su compatriota” y el llevar la “esencia de la raza” y “la soberbia pasión”. Personalidad activa y contemplativa a la vez, se consideraba: “Yo el último indio. En mí el ayer se enlaza al futuro de América”. Un hombre de pensamiento libre y acción fecunda al modo de Belgrano, Pellegrini, Ameghino... Cuanto antes, las nuevas generaciones han de abrevar en su obra rica y en el digno ejemplo de sus días.

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