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9 de julio del 2007. Cae nieve en Monte Grande

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30.6.07

EL FÚTBOL SE APODERA DE VENEZUELA

EL FÚTBOL SE APODERA DE VENEZUELA



Por Jorge Barraza





Una publicidad televisiva muestra a un niño montañés, en plena cordillera, pateando una pelota en un apartado escenario de cerros, caballos y toneladas de cielo. Resume la idea con un título: “El fútbol se apodera de Venezuela”. Acertado.

Esta rica nación caribeña y sabrosona, beisbolera y musical, no imaginó nunca esta hora: la hora en que el fútbol -pasión de otros pueblos- invadiera las costas, la selva, los Andes venezolanos y penetrara en sus ciudades con fuerza huracanada.

“¿Tiene boletos, señor?”. La pregunta puede provenir de un niño en la puerta del hotel, de la jovencita de la recepción, de un señor maduro que conduce un taxi o una señora mayor, dueña del puesto de diarios. La sana epidemia que hace cien años afiebró al resto de los países sudamericanos llegó, por fin, a la patria de Bolívar.

La transmisión del partido Venezuela-Bolivia se convirtió en el espectáculo más visto en la historia de la televisión venezolana. Las decenas de periódicos nacionales y regionales encabezan diariamente con las noticias del balón. Los canales emiten los juegos, los repiten, pasan a toda hora goles, entrevistas, anuncios novedades futboleras.

Esta recién nacida Copa América asestará, sin duda, un golpe de nocaut al béisbol en la tórrida Venezuela. El deporte del bate dominó abrumadoramente las preferencias aquí hasta una década atrás. Ahora no puede más que contemplar el avance arrollador y triunfal de la número cinco. Que cuando conquista a un pueblo, lo hace para siempre. El presidente Hugo Chávez es otro beisbolero rendido a los pies de su majestad el fútbol.

El puntapié inicial de Perú 3 - Uruguay 0 conmovió a miles de corazones. Cientos de periodistas llaneros, con piel de gallina y ojos vidriosos, que durante décadas sufrieron por goleadas humillantes en tierras extranjeras, expresaron el sentimiento que embargaba a todos: “Parece mentira, ¡por fin la pelota está rodando en una Copa América en canchas venezolanas!”

La prensa apartó por varios días (quizás por veinte) los temas políticos o económicos y se zambulló en la Copa. Privilegió la inauguración y el debut de la Vinotinto a cualquier otra noticia. Todas las manifestaciones del quehacer nacional fueron invadidas o monopolizadas por el evento, que adquirió aquí ribetes de grandioso.

Los clarines sonaron en San Cristóbal en la magna ceremonia inaugural. Con ella, con estadios impactantes y un despliegue inusual de artistas, seguridad, eventos y preparativos, Venezuela dio una bienvenida fulgurante a la Copa. Todo el país vive un estado de feliz alboroto.

Nunca olvidaremos a una joven voluntaria, en Bolivia ’97. Se extinguía ya el torneo y con tono melancólico lamentó: “¿Por qué se tendrá que terminar tan rápido la Copa…?” Había vivido intensa y alegremente esos veintipico de días, casi en estado de gracia, repartiendo fotocopias con las alineaciones, sirviendo café, respondiendo inquietudes y festejando los goles bolivianos.

La Copa será un antes y un después en la historia del fútbol de Venezuela. A su vez, Venezuela marcará un hito en la marcha de la Copa. Varios tópicos lo determinan: 1) Los estándares de calidad de los estadios (algunos son tan imponentes como los de Alemania 2006). 2) El carácter de interés nacional que se le dio aquí. 3) La extraordinaria difusión que ha despertado la competencia (finalmente fueron 188 los países que adquirieron los derechos televisivos; en Argentina ’87 habían sido 45 y se ponderaba la cifra).

La Copa ha tomado un giro tal que, en el futuro, nadie se atreverá a concursar con suplentes. Una derrota abultada en este escenario es demasiado pesada para cualquier entrenador. Y que lo diga Jorge Luis Pinto, a quien se le movió el piso en grado 8 de la escala Richter.

A manera de premonición, Perú confirió un arranque memorable al torneo, pleno de fútbol y goles. No se recuerda, en los tiempos modernos, un inicio tan auspicioso. Las marcas hombre a hombre, el catenaccio, la especulación, las pérdidas de tiempo y las patadas alevosas parecen un recuerdo borroso, amarillento.

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