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23.9.08

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La crisis de los alimentos y el hambre: Una visión desde el llano
Por Shalmali Guttal *

Aunque las zonas rurales de Timor Oriental están generalmente aisladas del más mínimo nivel de servicios disponibles en Dili, hay tanta hambre en Dili como en muchas zonas rurales. Los residentes de Dili dependen casi exclusivamente del arroz como alimento básico, a diferencia de las comunidades rurales para las que los alimentos tradicionales todavía componen una parte importante de sus dietas diarias.

En una conferencia de prensa el 14 de mayo en Dili, la capital de Timor Oriental, altos funcionarios de Naciones Unidas declararon que el país no corre riesgo de hambruna a raíz de la crisis mundial de los alimentos. Según la directora nacional del Programa Mundial de Alimentos (PMA), Joan Fleuren, en Timor Oriental "El gobierno está trabajando duro para aumentar sus importaciones" y venderlas a precios subsidiados, en un esfuerzo por manejar la situación y asegurarse de que no haya crisis alimentaria. (1) El Ministerio de Agricultura estima que, en promedio, el consumo anual de arroz de Timor Oriental es de unas 83.000 toneladas, de las cuales 40.000 tm son de producción nacional. El déficit se cubre con las importaciones, que ya llegaron a 50-60.000 toneladas y siguen creciendo. El representante especial en funciones del Secretario General para Timor Oriental, Reske-Nielsen, sugiere que las importaciones de arroz le dan tiempo al gobierno de Timor para encontrar soluciones a mediano y largo plazo. (2)

Esta visión, sin embargo, difiere significativamente de la de muchos analistas timoreses, que temen que el país esté quedando atrapado en una peligrosa dependencia de las importaciones para resolver sus necesidades de alimentos y que ya exhibe los primeros síntomas de una crisis alimentaria crónica. Hace aproximadamente cuatro meses, antes del inicio de la crisis mundial de los alimentos, el precio del arroz estaba entre US$14 y US$16 por saco (cerca de 35 kilogramos). Ahora el precio promedio de un saco en Dili ronda los US$25 y es bastante más alto en en las zonas rurales, si es que se consigue. Y a pesar de la reciente medida del gobierno timorés de subvencionar los precios del arroz, sencillamente no hay suficiente arroz subvencionado. La mayor parte se consume en Dili y, según los habitantes de esta ciudad, una porción significativa se vende a precios mucho más elevados, especialmente en las zonas rurales. Como la mayoría de los países importadores netos de alimentos, Timor Oriental no tiene control sobr los precios de importación del arroz y otros productos básicos. Y lo que es igualmente grave, no tiene un sistema público de distribución eficaz que asegure que las importaciones de alimentos lleguen a su población rural. Como depende de lascompañías privadas para manejar la distribución, el gobierno no puede ni siquiera asegurar que los que más necesitan los subsidios realmente lleguen a aprovecharlos. Según Elda Guterres da'Silva de KBH, una organización timoresa dedicada a la educación vocacional, (3) "El nuevo gobierno desconoce los problemas de las zonas rurales; al parecer tiene la intención de implementar un sistema de mercado y esto aumentará el número de pobres. Solamente los que tienen dinero pueden comprar arroz". El hambre no es algo nuevo en Timor Oriental.

En 2004, los informes establecían que decenas de miles hogares sufrían de hambre severa e inanición en al menos cinco distritos, y la población de once en trece distritos sobrevivía en gran parte gracias a la ayuda alimentaria. (4) La mayoría (aproximadamente el 80 por ciento) del millón de habitantes de Timor Oriental reside en zonas rurales y realiza agricultura de subsistencia. La producción local no es suficiente para satisfacer las necesidades de alimentos de la población durante todo el año y en 2001 se estimaba que cerca del 80 por ciento de los poblados tenían problemas de abastecimiento de alimentos en una alguna época del año. (5) Si bien la escasez de alimentos durante el período magro de un ciclo agrícola es común en economías de subsistencia, la combinación de factores históricos y las políticas recientes del gobierno está haciendo arraigar lo que muchos timoreses creen será una crisis alimentaria crónica a largo plazo. Aunque es difícil conseguir estadísticas confiables y actualizadas sobre el consumo, los informes de algunas zonas rurales indican que ya no hay suficientes alimentos y que la gente solo puede comer una vez al día.

El problema no son solamente las importaciones, sino también el arroz en sí mismo.

Según Arsenio Pereira de HASATIL (6), una organización timoresa dedicada a la agricultura sustentable, "Existe demasiada dependencia del arroz. Los indonesios fueron quienes promovieron esta dependencia. Antes de la ocupación indonesa, la población timoresa comía una variedad de productos básicos, especialmente en las zonas secas y montañosas, pero los indonesios insistieron en que todos produjeran y comieran arroz. La política alimentaria actual del gobierno también se centra en el arroz". Esta opinión fue compartida por las personas con las que hablé en Dili la semana pasada, quienes señalaron que incluso hoy en zonas rurales se consumen otros productos básicos, a los que denominan “alimentos tradicionales”. Según Pereira, "El arroz es importante, pero no es el único alimento. Tenemos más de 10 variedades de habas, 20 variedades de maíz y variedades de ñame, mandioca, plátanos y patatas dulces. Pero si no se da importancia a estos alimentos tradicionales, se perderán y dependeremos completamente del arroz".

Aunque las zonas rurales de Timor Oriental están generalmente aisladas del más mínimo nivel de servicios disponibles en Dili, hay tanta hambre en Dili como en muchas zonas rurales. Los residentes de Dili dependen casi exclusivamente del arroz como alimento básico, a diferencia de las comunidades rurales para las que los alimentos tradicionales todavía componen una parte importante de sus dietas diarias.

La independencia trajo dependencia

Pero la escasez de alimentos de Timor Oriental tiene tanto, si no más, que ver con el régimen de políticas del país como con la baja producción. Ante la insistencia de los donantes internacionales, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), la reconstrucción de posguerra del país se ha modelado en base a la economía de libre mercado, con restricciones severas a la participación estatal directa en la prestación de servicios públicos, el mantenimiento de precios y la construcción de una economía nacional fuerte con inversión pública en infraestructura y en áreas cruciales tales como la agricultura, la seguridad alimentaria, la educación y la industria local artesanal. La economía se ha liberalizado radicalmente y el gobierno está intentando convertir al país en un paraíso para los inversionistas privados con exenciones impositivas temporarias, concesiones de tierras y otros privilegios. La creación de puestos de trabajo, que habría podido recibir un impulso con la inversión pública, quedó librad a la dinámica de la competencia del libre mercado.

Por lo menos una cuarta parte de las tierras de cultivo del país se está entregando a las compañías privadas (sobre todo extranjeras, con cierta colaboración local) para cultivar agrocombustibles, particularmente caña de azúcar y jatropha. Las tierras agrícolas también están amenazadas por los conflictos que se intensifican entre demandantes en competencia, entre campesinos y concesionarios privados. Los timoreses locales informan que los contratos de importación de arroz y otras concesiones económicas y de productos, se entregan rutinariamente a las compañías extranjeras sin proceso de licitación pública previa, y a "proveedores únicos" que son contactos personales de las altas autoridades del país. Las comunidades rurales generalmente ni siquiera saben que sus tierras, que son su único patrimonio, son ahora "propiedad" de una compañía privada y que pronto se convertirán en mano de obra contratada en las tierras que han sido suyas por generaciones. En el distrito de la altiplanicie de Ermera, los conflictos siguen sin resolverse entre los productores locales y Timor Global, una compañía privada que se aseguró una concesión de 25 años sobre todas las tierras del distrito destinadas al cultivo del café. Según Antero da'Silva, profesor en la Universidad Nacional, "Los planes del gobierno están orientados a hacer que los campesinos dependan en mayor medida de los mercados, las importaciones y el libre comercio, y no sean independientes".

En el sector agrícola, el Banco Mundial y los donantes bilaterales (particularmente Australia y Estados Unidos) se han concentrado casi completamente en el arroz y unpuñado de cultivos comerciales como la vainilla y el café, en detrimento de otros productos básicos que constituyen los alimentos tradicionales del país. Sin embargo, las décadas de producción arrocera intensiva y con insumos químicos durante la ocupación indonesia, han dado lugar a la seria degradación del suelo en varias zonas de cultivo del arroz, reduciendo los rendimientos y dejando la tierra en condiciones inadecuadas para producir otros cultivos. “La tierra que se usó para la producción de arroz durante la época de los indonesios, ahora no se puede utilizar, fue destruida debido al exceso de productos químicos para intensificar la producción del arroz. El suelo necesita regenerarse", dice da'Silva.

Tales consideraciones ecológicas no son una prioridad para el régimen de los donantes pos-independencia, en el cual la política agrícola oficial sigue promoviendo la agricultura intensiva en base a insumos químicos, pero bajo condiciones de libre mercado. Durante los últimos seis años los insumos de producción y el transporte rural han llegado a ser tan costosos que el arroz producido localmente no puede competir en precio y calidad con el arroz importado. Según se informa, los "expertos" de una compañía australiana están realizando ensayos de semillas genéticamente modificadas en los distritos de Betano y Maliana, a través de un proyecto llamado Seed of Life (la semilla de la vida). "Los donantes y el BM están intentando aumentar la producción usando semillas híbridas, fertilizantes químicos, etc. Su preocupación no es incrementar la seguridad alimentaria a través del desarrollo de capacidad y recursos internos, o promoviendo los alimentos locales, sino importando arroz y alimentos del exterior, incluyendo la asistencia alimentaria del PMA y de la FAO", agrega Pereira.

La combinación de los conflictos por la tierra, los crecientes costos de la producción agrícola inaccesibles y el hambre ha fomentado que muchos pobladores rurales emigren a Dili y a las grandes ciudades en busca de empleo. Pero la vida en la ciudad es tanto o más dura que la lucha en el poblado que dejan atrás. La adopción del dólar como divisa nacional ha inflado los precios, incluso de los alimentos de primera necesidad. Y también está la industria internacional de la ayuda que se instaló en Dili inmediatamente después del referéndum de 1999. Timor Oriental recibió más de U$S 3 mil millones en "ayuda para la reconstrucción", buena parte de los cuales se destinaron a pagar sueldos inflados e instalaciones para los "expertos internacionales". Siguiendo fielmente las señales del mercado, las industrias alimentarias y de servicios se adaptaron a servir a las necesidades de una inundación de fondos de reconstrucción provenientes de la comunidad internacional.

Así surgió una élite interna empresarial entre los que tenían tierra y casas para alquilar a los extranjeros y patrimonio para invertir en restaurantes, hoteles, supermercados, seguridad privada, etc. El resultado de todo el esto fue que el costo de vida en Dili se disparó muy por encima del sueldo promedio de los timoreses comunes: U$S 30-60 mensuales. Incluso el costo anterior "pre-crisis" del arroz (que ahora los timoreses recuerdan con cariño) de U$S 14-16 por saco era una carga grande para una familia con niños y ancianos que alimentar.

La inversión extranjera prometida que se suponía que crearía empleos, nunca llegó. Los gastos iniciales y de funcionamiento son altos en Timor Oriental, pues el agua, la electricidad, las telecomunicaciones y el equipamiento son extremadamente costosos. Los dueños de restaurantes y los extranjeros prefieren hacer compras en los supermercados que venden productos importados y no en los mercados locales de productos y carne, alegando cuestiones de higiene y calidad. La carencia de inversión pública en educación y formación profesional ha dado como resultado que sólo una pequeñísima cantidad de jóvenes pueda ser considerada empleable por la industria de la asistencia y sus apéndices del sector privado. Según Rigoberto Monteiro, secretario general de la Confederación de Sindicatos de Timor Oriental y miembro del Consejo Nacional del Trabajo, cada año se crean solamente 500 empleos en los sectores público y privado. La mayoría de los que buscan trabajo en la ciudad terminan en un sector informal débil e imprevisible, con un ingreso inseguro e insuficiente.

Entonces no es de extrañar que haya tanta hambre y desnutrición en Dili –aunque los mercados estén repletos de alimentos—como en los poblados rurales.

En 2005, Ben Moxham, investigador de Focus on the Global South residente en Timor Oriental hacía la siguiente observación perturbadora: "Si bien el duro clima de Timor es en parte responsable, hay una pregunta que clama por respuesta, y es por qué esta nación de casi un millón de personas, que se supone que en los últimos cinco años ha recibido de los donantes más fondos per cápita que cualquier otro lugar en el mundo, está hambrienta". (7)

El capitalismo salvaje campea

Hacia el oeste, en un país que experimentó un proceso similar de reconstrucción pos-conflicto 17 años antes que Timor Oriental, el hambre y la desnutrición severas son cada vez más visibles, junto a una explosión de opulencia y un proceso de concentración de la riqueza. Bajo el amparo de la industria internacional de la reconstrucción y el desarrollo desde 1991, Camboya adoptó también el modelo de libre mercado exigido por los donantes internacionales, el Banco Mundial y el FMI. El resultado es una economía de capitalismo salvaje donde prácticamente todo está en venta al mejor postor. Pequeños bolsones de alto consumo están rodeados por grandes zonas de escasez y privaciones.

El crecimiento económico ha promediado el 11 por ciento en los últimos tres años, estimulado por el auge del turismo, la manufactura de prendas de vestir y los sectores de bienes raíces. Pero no todos se han beneficiado con esta bonanza. La agricultura y las industrias pesqueras, el sustento principal de la mayoría de la población de Camboya, han sido sistemáticamente jaqueadas por las políticas de libre mercado, privatizaciones y liberalización. El sector privado ha sido promovido agresivamente en cada esfera posible: la economía, el medio ambiente, la agricultura, la educación, la salud, el abastecimiento de agua, etc. Los acreedores multilaterales de Camboya, el Banco Mundial, el FMI y el Banco Asiático de Desarrollo (BAD) han exigido y logrado que el gobierno abandone totalmente las inversión pública en infraestructura, ayudas y servicios esenciales, y han exhortado a agricultores campesinos y pescadores artesanales a que compitan en el libre mercado, algo para lo cual no están para nada preparados. Como resultado, el cultivo y la pesca se han convertido en ocupaciones cada vez más precarias para las familias rurales, empujándolas al endeudamiento y forzándolas finalmente a abandonar el campo.

Las élites dominantes en el gobierno camboyano han promovido un frenesí por la concentración de la propiedad de la tierra en las zonas rurales y urbanas, creando falta de tierras, falta de viviendas y desamparo a una escala nunca imaginada por los camboyanos comunes que realmente creyeron que vendrían épocas mejores. Se repartieron extensas franjas de tierras agrícolas fértiles y de bosques ricos (que van desde las 10.000 a las 300.000 hectáreas) a través de concesiones económicas otorgadas a compañías extranjeras con arrendamientos a plazos de 99 años para plantaciones forestales industriales, actividades agroindustriales, establecimientos turísticos, campos de golf y otras instalaciones recreativas. Las concesiones económicas se extienden a las zonas pesqueras, a los humedales e incluso a la costa y las islas del país. Una clase media nacional rica en crecimiento también se ha subido al tren, comprando tierras a pequeños agricultores y pescadores incapaces de cubrir los costos crecientes de la producción agrícola, la atención médica y la alimentación. Muchos de los poderosos aliados bilaterales del país (por ejemplo: China, Vietnam, Tailandia y Singapur) también han exigido su porción de la torta de la prosperidad, a través de contratos directos exclusivos para infraestructura, energía, explotación minera y proyectos de petróleo y gas.

La prosperidad de las élites internas (predominantemente urbanas) y la compañías extranjeras que poseen tierras ha dado lugar a graves impactos negativos sobre los pobres de la ciudad y el campo, e incluso sobre las clases medias, creando nuevas vulnerabilidades y pobreza. La inflación es alta (casi 11 por ciento según cifras oficiales, aunque los pobladores locales dicen que en realidad es más alta) y el costo de los alimentos y los productos básicos ha aumentado exponencialmente, creando crisis paralelas de hambre y desnutrición. Según Boua Chanthou, director de PADEK, una ONG camboyana que trabaja en desarrollo comunitario integrado en más de 500 poblados pobres de Camboya, "Un factor crucial relacionado con la alimentación es la tierra: los agricultores camboyanos no poseen suficiente tierra. Un estudio reciente demuestra que el 60 por ciento de los agricultores camboyanos son campesinos sin tierras o tienen menos de media hectárea. ¿Cómo pueden producir alimentos suficientes incluso para su propio consumo? Una familia de cinco personas necesita por lo menos dos hectáreas de tierra para poder producir suficiente alimento. El gobierno debe actuar rápidamente para implementar concesiones sociales de tierras y redistribuir la tierra entre los campesinos".

El problema no es la falta de alimentos en sí misma, sino la falta de acceso a los alimentos y a los medios para producirlos, para un número de personas que crece rápidamente y que es sistemáticamente despojada de sus capacidades para alimentarse. Si bien es verdad que buena parte de la agricultura de Camboya (incluida la industria pesquera) es de pequeña escala y está sujeta a las condiciones del tiempo y del clima, Camboya es un exportador de arroz y alimentos y, hasta hace poco, era el sexto exportador de arroz de Asia. Las grandes compañías de la agroindustria, tales como Charoen Pokphand (CP) de Tailandia, se han establecido en Camboya para producir raciones para animales, y para la cría de cerdos y pollos.

El arroz camboyano de calidad superior se produce por contrato para las empresas tailandesas en la parte occidental del país, mientras que Vietnam compra el arroz de menor calidad producido en la zona este del país. La pesca del gran lago de Camboya, el Tonle Sap, se exporta a los países vecinos y a los numerosos restaurantes y complejos que sirven a la industria turística.

Sin embargo, las personas que producen estos alimentos son pobres, están hambrientas y mal nutridas. Puesto que la producción agrícola no proporciona suficiente alimento para todo el año, ni produce suficientes ingresos, no tienen efectivo para comprar arroz y alimentos en los mercados desbordados de alimentos.

Otras fuentes importantes de alimentos para las familias rurales son los bienes comunes naturales, tales como los bosques, los humedales, los ríos y los lagos, en donde se recolectan alimentos y plantas medicinales. Pero el cercado de estos recursos por parte de intereses privados, así como su degradación, derivada del uso excesivo, han privado a las comunidades rurales de su última fuente de alimentación de emergencia.

El Atlas de la Seguridad Alimentaria lanzado por el PMA (Programa Mundial de Alimentos) en febrero de 2008 muestra niveles altos de hambre y desnutrición en el país, especialmente en las zonas atormentadas por el acaparamiento de tierras, las concesiones económicas de tierras y las industrias extractivas. Entre las “10 primeras” zonas con mayor inseguridad alimentaria y más vulnerables está Siem Riep, donde se encuentran los famosos templos de la era Angkor y la meca turística de la región de Mekong. Los residentes de la provincia dicen que el auge de la industria turística ha funcionado como una enorme bomba de succión, aspirando los recursos de las comunidades locales y dejándolas pobres, hambrientas y vulnerables.

Dice Chanthou, "El sistema de mercado abierto para exportar no está funcionando a favor de los pobres, que no tienen suficiente dinero para comprar alimentos cuando suben los precios. Por lo tanto, el gobierno debe intervenir. El gobierno ha tomado algunas medidas positivas recientemente, pero debió haber hecho más".

Crónica de crisis anunciadas

Tanto en Timor Oriental como en Camboya, las semillas del hambre, la desnutrición y la hambruna severas fueron plantadas hace largo tiempo. En el caso de Timor Oriental, se remontan a la época del colonialismo portugués y a la imposición de la agricultura de plantación frente al sistema agrícola tradicional de cosechas múltiples.

Pero lo que vemos hoy en ambos países no son simplemente los fantasmas del pasado colonial remoto. Ha habido acontecimientos significativos (y de pesadilla) en las últimas décadas, que han afianzado la privación de alimentos para los civiles inocentes.

El informe Chega! del Comité para la Verdad y la Reconciliación (CAVR) documenta cómo el hambre fue inducida en Timor Oriental en 1977-78 por la ocupación militar indonesia y la guerra contra las fuerzas independentistas timoresas. (8) Al menos 80.000 personas murieron de hambre y enfermedades asociadas durante este período, ya que para los militares indonesios los objetivos militares eran más importantes que las vidas de la población ocupada. Durante el mismo período en Camboya, millones de camboyanos fueron tratados brutalmente y hambreados por el Khmer Rouge en los campos de trabajo que, irónicamente, se establecieron para producir arroz para el Khmer Rouge y su aliado más importante, China. En ambos países, el sistema alimentario y el sistema agrícola fueron militarizados y fracturados, y los alimentos en sí se convirtieron en un arma a través de la cual se ejercía el poder.

Las transiciones de Camboya y Timor Oriental hacia la etapa de Estado-nación independiente “pos-conflicto” no tuvieron como resultado la eliminación del hambre para la mayoría de sus habitantes. Es cierto que se avanzó en muchos frentes -sociales, económicos y políticos- pero estos avances no fueron para todos, ni incluyeron la reconstrucción del potencial de las familias y las comunidades para alimentarse a sí mismas. Por el contrario, los proyectos económicos ideados por los donantes y los acreedores dieron prioridad a los cultivos comerciales por sobre los cultivos para el autoabastecimiento de alimentos, y dejaron a los productores y los trabajadores locales a merced de los mercados en los cuales no tenían ninguna ventaja ni espacio para maniobrar. El Banco Mundial, el FMI y el BAD estaban más interesados en saber si los mercados comerciales funcionaban eficientemente y si se habían creado "entornos propicios" adecuados para el sector privado, que en saber si la población local tenía suficientes alimentos para comer.

Hoy, todas las tendencias globales relacionadas con el alza de los precios de los alimentos se reproducen a nivel local en Timor Oriental y Camboya: alza de precios de los combustibles y los productos esenciales, duplicación del precio de los productos básicos, desviación del grano hacia la producción de agrocombustibles y raciones para animales, conversión de tierras agrícolas en terrenos industriales, residenciales y turísticos; acaparamiento y manipulación del suministro de alimentos por parte de los comerciantes, enriquecimiento de los especuladores a través del comercio de futuros, etc. Y como en cada país en desarrollo, el alza de los precios del arroz, el trigo, la soja, el maíz y otros productos básicos no se ha traducido en precios más altos para los pequeños productores ni en una mayor seguridad alimentaria para ellos. Por el contrario, los intermediarios, los comerciantes, los especuladores y las compañías agroindustriales literalmente están arrasando.

Pero incluso si bajaran los precios mundiales de los alimentos, a menos que las políticas económicas y agrícolas se modifiquen drásticamente en ambos países, no es probable que la escasez de alimentos, el hambre y la desnutrición disminuyan.

"Ahora podemos ver los impactos negativos del libre mercado " dijo Mateus Tilman del Instituto Kdadalak Sulimutuk (KSI por sus siglas en inglés), una organización que trabaja por la reforma agraria en Timor Oriental. Según Tilman y Pereira de HASATIL, la resolución de los conflictos por la tierra y la inversión gubernamental en infraestructura rural son pasos fundamentales para combatir la escasez de alimentos y el hambre. "Soñamos con una reforma agraria integral y con el empoderamiento de nuestros campesinos. La tierra debe permanecer en manos de los campesinos" agrega Tilman. KSI trabaja en estrecha colaboración con HASATIL, cuyos miembros promueven la soberanía alimentaria como solución a largo plazo de la crisis alimentaria del país. "Debemos plantar más cultivos para la alimentación local, construir la independencia alimentaria y reducir la dependencia de las semillas y de los fertilizantes importados. También debemos promover el conocimiento local entre los productores rurales: utilizar y consolidarse conocimiento local y generar más. Y necesitamos proporcionar información a los campesinos sobre el cambio climático, el comercio y otros temas relacionados".

Lamentablemente, son pocos los visionarios como éste en Camboya. La mayoría de las ONG de desarrollo son reacias a enfrentarse con las estructuras de poder de la élite del país, y a confrontar las políticas económicas nacionales que están acelerando la crisis de la tierra y de los recursos y están reproduciendo la crisis alimentaria. Sin embargo, las comunidades agrícolas, pesqueras e indígenas locales se están organizando y federando, en una intento por construir una voz nacional fuerte y colectiva.

Reflejo fiel de lo que ocurre en otros partes, la tragedia en ambos países no es que no haya suficientes alimentos, sino que éstos no llegan a quienes los necesitan.

Incluso en casos de escasez real, los alimentos están disponibles en áreas y países vecinos, y con una intervención gubernamental oportuna, las graves crisis alimentarias podrían evitarse. Pero como ha quedado en evidencia durante el último año, el mundo puede tener una producción récord de granos como en 2007 (2,3 mil millones toneladas) y aún así la población puede empobrecerse por el aumento de los precios de los alimentos. (9) Las enormes ganancias registradas por las compañías agroindustriales y los comerciantes de futuros en 2007 muestran que los alimentos se han transformado en una mercadería de especulación y lucro. Si bien los gobiernos de los países en desarrollo, especialmente de los países importadores netos de alimentos, finalmente están tomando algunas medidas para proteger sus economías y sus reservas de alimentos, no está claro si tendrán el valor necesario para alejarse de la ortodoxia económica de la teoría del libre mercado que predican el Banco Mundial y el FMI, y comprometerse con las transformaciones drásticas de las políticas económicas, agrícolas y alimentarias nacionales que se necesitan para construir una seguridad alimentaria genuina de largo plazo.

Es extremadamente importante que comencemos a reconstruir las capacidades de nuestras comunidades y sociedades para alimentarse. El paradigma de la soberanía alimentaria de los pueblos que propone La Vía Campesina ofrece una variedad de estrategias apropiadas y adaptables para lograrlo. Para Timor Oriental y Camboya, la soberanía alimentaria de los pueblos puede garantizar que la independencia, la reconstrucción nacional y la construcción de la paz encuentren expresiones de más largo aliento, sostenibles y de cosecha propia.

* Shalmali Guttal es asociada a Focus on the Global South. Este articulo fue publicado en Enfoque Sobre Comercio, boletín publicado por Focus on the Global South. Editado por Nicola Bullard, con traducciones de Alicia Porrini y Alberto Villarreal para REDES-Amigos de la Tierra Uruguay

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