“No acepten lo habitual como cosa natural, pues en tiempo de desorden sangriento, de confusión organizada y arbitrariedad consciente, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer imposible de cambiar”.
Bertolt Brech
Crisis de madurez
Cada vez son más las personas que pisando la tercera década de vida mantienen conductas adolescentes y permanecen en el hogar materno. Según los especialistas, algunos lo hacen por dependencia económica mientras que en otros tiene que ver con cierta comodidad y con eludir responsabilidades.
El escritor escocés James M. Barrie lo bautizó Peter Pan.
Habita la tierra de Nunca Jamás, un mundo donde sólo viven niños que no tienen responsabilidad alguna más que jugar a ser piratas e imaginar grandes historias. Todos parecen tener la misma edad, son una mezcla de niño y adolescente que viven aventuras fantásticas durante toda la eternidad y no conocen la madurez.
No obstante, en estos tiempos, el adorable Peter es mucho más que un personaje de cuento fantástico. Es el arquetipo de un nuevo síndrome que resume el modo de vida de personas, sobre todo del sexo masculino, que pisan los 30 años pero aún no se independizaron: siguen viviendo en la casa de los padres y soñando con tener su propio hogar, proyecto que siempre se trunca. En ellos, el salto a la madurez se ha postergado, dejándolos suspendidos en una especie de adolescencia eterna. Son hijos que nunca creen apropiado marcharse de casa, personas que alcanzaron la adultez pero que llevan una vida social típica de adolescente: inmaduros emocionales y con dificultad para enfrentar cierto tipo de responsabilidades. Según los especialistas, a pesar de su edad avanzada algunos aún no han decidido qué hacer con sus vidas. Sin embargo, la mayoría tiene pareja y un trabajo estable. En ese caso, hay otros factores que justifican su larga estadía en el hogar materno: desde la comodidad de permanecer en un lugar donde “los atienden” y los siguen haciendo sentir como niños hasta factores socioeconómicos, como recibir un salario que, en caso de tener que mantener una vivienda, no les alcanzaría para darse ciertos gustos, como invertir en ropa o salidas, cuestiones que no están dispuestos a resignar. Dicen que “todos los hombres llevan un niño dentro”, lo cierto es que hoy en día hay cada vez más cantidad de adultos que parecen llevarlo a flor de piel. Eternos adolescentes.
La comparación de los protagonistas de este fenómeno con el dibujo animado que luchaba contra el Capitán Garfio fue establecida por el psicólogo Dan Kiley en 1983 y se ha extendido entre los especialistas, que coinciden en asegurar que la adolescencia se ha prolongado, al punto de dejar de ser una etapa para transformarse en “un modo de vida”. Es por eso que las conductas que en otros tiempos denotaban la independencia propia de la madurez hoy llegan recién superando los 30 años. “Hay un alargamiento de las conductas que son frecuentes a edades más tempranas, a los 18 ó 20 años, como vivir en la casa de los padres, no tener una pareja estable o salir a bailar durante los fines de semana. La adolescencia se estiró demasiado y en este tiempo hay un fenómeno contrario a lo que sucedía hace 40 años, donde un vector de la independencia o de la adultez era irse a vivir solo, tener independencia económica”, apunta la psicóloga Diana Rizzatto, que es miembro de la Sociedad Argentina de Terapia Familiar. Tras las generalmente añoradas épocas de niñez e infancia, llega la conflictiva adolescencia y luego la ansiada juventud, que en un principio se consideraba hasta los 25 años.
En el último tiempo, la barrera entre las dos últimas etapas comenzó a hacerse más difusa, casi imperceptible, y luego a extenderse hasta los 29 ó 30 años, edad que antes correspondía a la adultez. “Esta es una época en la que el individualismo se da en forma exacerbada, en la que la imagen ocupa un lugar importante entre los valores que se cultivan y esto influye en forma directa en el aumento de los casos de adolescencia prolongada, donde lo que existe principalmente es el temor a enfrentar el mundo adulto por miedo al fracaso”, explica a este medio Mónica Bertolo, psicóloga especialista en familia y adolescencia, y con ella coincide Alejandra Libenson, que trabaja en el área de crianza y vínculos familiares. “No sucede como antes, que el joven terminaba sus estudios secundarios, empezaba a trabajar y paralelo a eso se ponía a estudiar. Cada etapa se ha prolongado en el tiempo (ver Cambio de paradigma)”, indica la psicóloga.
Hoy en día el fenómeno se complementó con el hecho de permanecer en el nido. Son miles los argentinos que con una carrera profesional ya terminada o no, con trabajo o sin él, solteros o aun con pareja, se encuentran en esa situación. “Los criterios de autonomía, de crecimiento e independencia variaron del hecho de tener libertad económica e irse a vivir solo a únicamente poseer la capacidad de tomar decisiones propias, pero sin irse de la casa de los padres”, apunta Rizzatto.Según los profesionales, un gran porcentaje de quienes continúan viviendo bajo el mismo techo que sus progenitores cuenta con la posibilidad económica de irse de su casa. Es por eso que, según apuntan, una de las razones de su larga estadía es “huir de responsabilidades” que vienen anexadas a la emancipación.
“El hecho de irse del hogar, además de tomar decisiones, significa empezar a pararse sobre los propios pies. Si esta persona no comenzó a ejercitar este rol en otros ámbitos, como por ejemplo en su casa haciéndose cargo de ordenar su cuarto, lavar su ropa o traer dinero si trabaja, es decir si no ejerció dentro del hogar materno algún tipo de papel con más autonomía, difícilmente pueda irse”, apunta Libenson. En ese mismo camino lo explica la psicóloga Analía Mitar, especialista en crianza y familia, que además asegura que hoy existe una exacerbación de todo aquello que refiere a la idea de juventud.
“Hoy está instalada la idea de ser joven permanentemente, de no tener responsabilidades, de no querer asumir compromisos, ya sea afectivos y emocionales con otras personas o con uno mismo en lo referido a la independencia o economía ya que se quiere ocupar ese lugar de niño, de llegar a la casa y tener la comida lista, las cosas servidas. Les falta dar un paso, que tiene que ver básicamente con la maduración emocional de ser adultos”, resalta la psicóloga. Todo servido. Ariel (28) no tiene reservas a la hora de reconocer una realidad que, a esta altura de su vida, es inocultable: no se va de casa porque allí se siente cómodo. “Yo no me voy de casa porque con mis viejos estoy más que bien. Tengo un trabajo que no me deja nada de tiempo y, de esta manera, llego a casa tarde y mi mamá está esperándome con la comida. Cuando mis viejos se van de viaje, también me deja un menú porque sabe que yo no me cocino. Además, ella se encarga del hogar, cuestiones que no sé si podría asumir si viviera solo” .
Cuando lo que ata no es la dependencia económica o la falta de proyección, hay otro motivo que colabora a que estos jóvenes ya adultos posterguen su abandono del hogar materno: la comodidad. Los padres que hacen que sus hijos tengan todo “servido en bandeja” a una edad a la que ya deberían demostrar cierta independencia, según los especialistas, “no ayudan”. “Estos ‘adultos niños’ no son personas incapaces de manejarse por sí solas, pero simplemente esto les resulta más cómodo.
Usan la casa como una pensión, donde van, comen, les lavan la ropa, hablan por teléfono, lo que es más cómodo que tener que hacerse cargo”, indica Rizzatto. La fórmula resulta tentadora: tienen comida gratis, no pagan alquiler, tienen quien les cocine, les lave y le planche la ropa y, como si eso fuera poco, como son “grandes”, nadie los molesta y son respetados en su independencia e intimidad, es decir no deben dar explicaciones ni por la hora que llegan ni por lo que hacen o dejan de hacer.
“Estos muchachos o muchachas hacen lo que quieren, no es que viven en la casa de los padres y entonces se someten a determinadas cuestiones, reglas o normas. Viven en la casa de sus padres porque les es cómodo, porque les conviene. No les provoca una situación de frustración el estar ahí, como sucedía hace 30 ó 40 años”, explica Rizzatto y relata: “Nosotros tratamos casos en los que los padres se quejaban y preocupaban porque sus hijos de 28 ó 30 años no se independizaban, pero por otro lado, aunque estos trabajaban y podían comprarse o alquilar un auto, cuando sus hijos se iban de vacaciones le prestaban el suyo y hasta le pagaban la nafta. Entonces, si les facilitan tanto las cosas, tampoco hay estímulo para lograr la independencia”. Los Peter Pan de carne y hueso. Irresponsables, temerosos, inseguros, en algunos casos dependientes. Estas son algunas de las características que presentan los Peter Pan de la no ficción. Si bien algunos de ellos aún no han direccionado su vida, no tienen trabajo ni pareja, los especialistas aseguran que la mayoría cuenta con estabilidad tanto laboral como amorosa. En este caso, el problema pasa por otro lado.
“En la clínica recibo a pacientes de 30 años que tienen una gran desorientación, que no saben qué quieren hacer de su vida. Los escuchas y tienen un discurso de un chico de 18 años, ‘no sé lo que quiero estudiar, no sé si quiero trabajar, no sé si quiero tener pareja’. Son hombres de 30 años que no tienen en claro cuál es el deseo respecto a su vida porque les cuesta mucho proyectarse, pensarse en el futuro”, cuenta Mitar, que también es testigo de casos en los que el problema no es la confusión o el desconcierto. “También pueden ser muy responsables en su trabajo y tener pareja, pero tienen una gran necesidad de salir, de divertirse permanente, es decir que también toman conductas de adolescente, se visten con ropa de este tipo. Sufren una renegación de la edad que tienen y del paso del tiempo”. En este último caso, Rizzato aporta:“Son personas muy capaces en sus estudios, con buena posición económica y éxito laboral. Muy evolucionados en todos sus aspectos, pero le tienen mucho temor a cualquier tipo de compromiso afectivo con otras personas y a cualquier atadura que implique responsabilidad, se sienten eternos jóvenes y temen tomar conciencia del paso del tiempo”.
En este último punto todos coinciden. Para estos “jóvenes grandes” el tiempo parece ser eterno. “Piensan en el aquí y ahora, creen que el tiempo es un tiempo adolescente porque los adolescentes creen que el tiempo siempre va a ser hoy. La diferencia es que ellos ya tienen 30 años”, indica Mitar. Un contexto que colabora. La desocupación, el retraso en la entrada al mercado laboral, la precarización del trabajo y las pocas expectativas de movilidad social, sumadas al encarecimiento de precios en la venta y el alquiler de inmuebles y la dificultad para acceder a los créditos, son algunos de los factores que, a la par del fenómeno, impiden que los jóvenes den el gran paso. “La influencia socioeconómica pesa, porque hace que a una persona le cueste mucho más independizarse, ser adulto y sostenerse económicamente, algo fundamental en la transición de la adolescencia a la adultez, que no es solamente no vivir con los padres o poder hacer lo que se quiere sino también poder hacerse cargo de sí mismo económicamente”, resalta Mitar. Según la socióloga Cecilia Lipszyc, la desocupación y la entrada a una edad tardía al mercado laboral son factores clave que retrasan la obtención de la seguridad económica necesaria para poder independizarse.
“Con las políticas neoliberales comenzaron a aumentar las tasas de desempleo, que cayeron sobre dos grupos fundamentales: los jefes de hogar y los jóvenes, esto último retrasó la asunción de la adultez”, indica la especialista y agrega: “En todos los países del mundo se ha retrasado la entrada al mercado laboral de las nuevas generaciones y esta es una manera implícita de alargar la adolescencia porque normalmente esta etapa se terminaba cuando los seres humanos entraban al mercado de trabajo”.A la par de los problemas laborales se ubica la inflación en los precios de los alimentos y en los valores de los inmuebles, que también traban la posibilidad de soñar con el hogar propio. “Antes los jóvenes tenían más acceso al crédito, mientras que hoy irse de sus casas implica que tengan que pagar un alquiler, que además cada vez es más caro”, apunta Rizzatto.“En Argentina no hay expectativas de movilidad social, muchos jóvenes quieren irse a vivir con su pareja, pero no pueden, y están acostumbrados al estándar de vida que le dieron sus padres, que no quieren abandonar”, detalla Lipszyc, en tanto que Bertolo resume:
“Los motivos de la demora están dados por la dificultad que sienten en su paso a la vida adulta, a través de la concreción profesional o laboral, donde ante estos jóvenes la sociedad se presenta como inestable y con una precarización del trabajo, que conspiran contra su proyecto de vida”. Adolescencia, segunda parte. Ya sea por dependencia económica, por la imposibilidad de rentar un lugar para vivir o por simple comodidad, la etapa en la que cientos de adultos deberían concretar sus proyectos de vida se transforma en una especie de segunda adolescencia, en la que aún no han logrado independizarse por desorientación propia o por la elección de continuar en la casa de mamá y papá.
Una decisión basada en los beneficios que les trae volver a casa y encontrarse con una habitación ordenada, con la ropa con olor a suavizante y la comida esperando en el microondas o la heladera. A esto se suma el fenómeno de adolescentización que es alentado por los medios y por la propia sociedad, la idea de querer ser joven eternamente y eludir responsabilidades y compromisos que condicionen. En estos casos es cuando el crecimiento, aquel que tiene que ver con forjarse una existencia independiente, con la posibilidad de tener una pareja, un proyecto, un hogar propio, no termina de concretarse y opta por cederle el paso al estancamiento.
Investigacion: Inforegion.com
Desde Monte Grande, Gran Buenos Aires, su Página Web de Interés General. Esperamos poder brindarles toda la información necesaria.
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