“No acepten lo habitual como cosa natural, pues en tiempo de desorden sangriento, de confusión organizada y arbitrariedad consciente, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer imposible de cambiar”.
Bertolt Brech.
"La frontera entre periodismo y literatura es inexistente"
Los españoles Juan José Millás y Manuel Vicent se destacan tanto por la calidad de sus obras literarias como por la prosa cuidada y certera de las columnas que regularmente publican en el diario El País. Reunidos en Buenos Aires por adnCULTURA, el autor de El mundo y el novelista de Son de Mar reflexionan sobre el oficio de contar historias y los difusos límites que separan la ficción de esa construcción subjetiva y arbitraria que solemos llamar "realidad".
Por Susana Reinoso
De la Redacción de LA NACION
El vocablo "maestro", en el Diccionario de la Real Academia Española , tiene 23 entradas. La primera dice: "Persona de mérito relevante entre las de su clase". Gastadas como están las palabras, parece una acepción escasa para hablar de Juan José Millás y Manuel Vicent, dos maestros más que relevantes del periodismo y la literatura española contemporánea, articulistas del diario madrileño El País y dos de los mejores columnistas de la prensa española. El periodismo que respiran Millás -Premio Planeta de Novela 2007, con El mundo- y Vicent -Premio Alfaguara de Novela 1998, con Son de mar - es de naturaleza literaria. A tal punto que han convertido sus respectivas columnas en libros imperdibles porque han vencido la fugacidad del tiempo que atrapan los diarios. Los dos disfrutan mucho con esa caducidad de las noticias en el papel que, según dicen en diálogo con adn CULTURA, es el combustible que les ha posibilitado dotar de eficacia a la palabra literaria. Quizás, antes de entrar en materia, lo mejor es conocerlos por sus columnas. En un pequeño "articuento", como elige llamarlo su autor, titulado "La realidad como videojuego", Juan José Millás escribió:
Si no fuera tan cruel, la realidad parecería un videojuego: a cada paso que das encuentras cuerpos destrozados, trampas, payasos que cortan la respiración. Pero uno no es distinto de lo que ve, somos lo que vemos: recorriendo la realidad nos recorremos a nosotros. Ese parque al que todavía vas de vez en cuando es tu reserva vegetal; esa calle a la que vuelves obsesivamente solo conduce a ti; ese escaparate frente al que te detienes evoca el orden moral de tu niñez. Esa anciana que ha asfixiado a sus dos nietos, en Granada, porque no querían comer, eso dice, eres tú, soy yo; sus nietos somos todos. En Bélgica acaba de pedir asilo político un sueco condenado a un año de cárcel en su país por tirar de las orejas a sus hijos. Ya no sabemos si es más atroz el crimen de este sueco o el de la anciana granadina; el videojuego de la realidad va tan deprisa que no puedes detenerte a pensar. Al fin y al cabo, todas esas zonas de ti mismo son amables en comparación con tus suburbios. A tus suburbios te puedes asomar a través del agujero del televisor: ahí está lo peor de ti, tus deseos más inconfesados, tus territorios más mezquinos, tus zonas más oscuras las ilumina el televisor: aprieta al azar un botón, levanta una piedra y saldrán mil alimañas de debajo Todo eso que crees que está fuera de ti lo llevas dentro, te constituye. Sobre esos escombros te incorporas cada día y dejas reposar tu cuerpo por la noche. Y tienes suerte, te ha tocado vivir en el interior de un videojuego privilegiado: hay otros en los que la gente mata, se mata, por un trozo de pan, por un trozo de patria. Por un pedazo de cualquier cosa. Manuel Vicent, que alcanzó uno de sus puntos más altos de celebridad periodística en marzo de 1980, con su famoso artículo "No pongas tus sucias manos sobre Mozart", es el artesano de esta pieza periodística titulada "Jóvenes":
Los jóvenes que se han examinado este año de selectividad nacieron con Internet, con el móvil, el MP3, el CD, el GPS, el chat y la PlayStation. A través de la yema de los dedos sobre los distintos teclados su sistema nervioso se prolonga en el universo. En el mundo ya no había Muro de Berlín ni comunismo ni guerra fría cuando tomaban la primera papilla, pero al pasar del triciclo a la bicicleta se encontraron con la globalización, con el terrorismo planetario y con los patines de dos ruedas. No saben qué es la mili. Muchos aprendieron inglés en Inglaterra Ellos solo cantan el oe, oe, oeee al final del partido, cualquiera que sea su ideología. Ese cántico es el himno del siglo XXI, acompañado con la imagen de las Torres Gemelas ardiendo. Esta nueva promoción de universitarios conoció el amor ya en tiempos del sida y aunque en el colegio les explicaron cómo se usa el preservativo, a la mayoría no les da tiempo de ponérselo. Su horizonte es el genoma humano, que comparten con la marca Nike No les interesa la política, no leen periódicos, tienen una idea muy fragmentaria de la cultura, pero cuando un tema los apasiona, deporte, cine, informática o música, lo conocen hasta el fondo, abastecidos por una información exhaustiva. Existen algunos síntomas que indican que ya tienes muy poco que ver con los nuevos jóvenes. Si sabes quién era Angela Channing, si has llegado a ver la tele en blanco y negro, si estás todavía con la marihuana o la cocaína y no con las drogas de diseño, si conociste a John Travolta sin tripa si tu sobrino sabe más que tú de ordenadores, si te cabreas porque tu hija deja el bote de champú abierto, si cuelgas la toalla en su sitio después de ducharte, si te acuerdas de Michael Jackson de cuando era negro, cualquiera de estas señales indican que comienzas a hacerte viejo.
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