Nieve en Monte Grande

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9 de julio del 2007. Cae nieve en Monte Grande

Nuestras Islas Malvinas

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LAS MALVINAS SON ARGENTINAS

3.3.08

Algo de Historia. "Troya"

¿Queda algo de Troya?

Los que ya han estado advierten siempre al que acude por primera vez: "No vas a encontrar nada". "No hay nada, no queda casi nada en Troya." A primera vista, tienen razón. Cerca de Hissarlik, en la actual Turquía, en un monte en medio de una llanura sacudida por un viento del Norte que lo desordena todo, ahí está Troya: apenas un montón de ruinas difíciles de entender. Los alrededores son una destilada imagen del Mediterráneo: encinas, olivos agachados por el ventarrón, rastrojales, tierra requemada.

El mar se intuye a lo lejos, a unos pocos kilómetros. Y el turista arruga el ceño: ¿el mar tan lejos? ¿Entonces? ¿Cómo llegaron los aqueos hasta aquí para sitiar y tomar la ciudad? ¿No plantaron sus naves negras cerca, según Homero? ¿No iban y venían de los barcos a la ciudad en un día? ¿Es todo mentira, eh? Un momento. Vayamos por partes. Cuando la ciudad se fundó, hace 5000 años, Troya era apenas una aldea de pescadores. Y el mar estaba al lado, claro. Ocupaba casi toda la llanura de tierra cultivada que en la actualidad se extiende delante de las ruinas, mirando hacia el Norte. Durante estos 5000 años, día tras día, los ríos Escamandro y Simois han ido depositando en su desembocadura arena y tierras. Además, el gobierno turco, para aumentar las tierras cultivables y acabar con los mosquitos, drenó la zona hace décadas. De modo que la bahía natural en la que se asentó Troya ha acabado por desecarse y desaparecer empujando el mar unos kilómetros. Así que Aquiles, Ulises y los suyos pudieron llegar en sus cóncavas naves y fondear cerca de la ciudad que deseaban tomar. "Y para que te lo creas, mira", dice Uran Savas, que se agacha y recoge un puñado de arena del pie de una de las bases de las murallas. Hay piedrecitas, tierra parda y restos de conchas blanquísimas. "¿Ves? Cuando se levantaron estas murallas, el mar se encontraba a un paso." Sonríe y se echa un trago de la botellita de agua mineral. El último troyano Savas no es un guía turístico cualquiera. Es troyano. El último troyano. En los años cincuenta, cuando casi ningún turista se acercaba por aquí y sólo llegaban arqueólogos especializados, por lo general alemanes, su padre, el dibujante Tahir Savas, se instaló en la zona, abrió el primer restaurante y se convirtió en el primer guía turístico de Troya. En 1966 nació Savas. Ha vivido siempre en Troya, es licenciado en historia, desconoce las veces que se ha leído la Ilíada y aún recuerda cuando de niño montaba en bicicleta por las ruinas, dando vueltas al perímetro de la muralla: el mismo recorrido que hizo Aquiles en carro llevando el cadáver de Héctor atado con una cuerda. Ha heredado el negocio y el bar de su padre, y no hay persona en este mundo más orgullosa de su origen. El lo resume así, mientras muestra los cimientos de unas casas troyanas de más de 3000 años: –Los arqueólogos han encontrado 10 Troyas distintas, 10 ciudades destruidas y levantadas a lo largo de los años. Bueno, pues yo soy el habitante de la Troya XI. Savas camina entre el laberinto de ruinas de ciudades superpuestas. –Esto es como la ciudad cebolla –dice. –Ahora deben de venir muchos turistas, ¿no? –¿Lo dice por la película? –Sí. –Pues el doble. Los americanos vienen por la película de Brad Pitt; los turcos también; los ingleses, porque viajan en crucero y se acercan; los alemanes, por causa del arqueólogo que descubrió la ciudad, Heinrich Schliemann. Savas explica que la muralla se resquebrajó hace 3500 años, cuando un terremoto sacudió esta parte del planeta y acabó con Troya VI. –Esta es la puerta principal de Troya –dice el guía–. Por aquí entró Héctor, cuando en la Ilíada pide a su madre que rece para ganar la batalla que se avecina; por aquí entró a despedirse de su mujer, Andrómaca, y de su hijo pequeño, que no lo reconoció por el yelmo, se asustó y se echó a llorar al verlo. Savas lo relata con emoción, moviendo las dos manos, creyéndoselo: es buen narrador y logra que del montón inexplicable de ruinas que tiene delante se levante la figura de Héctor y se oiga el llanto de un bebé asustado. Da la impresión de que Héctor sí existió. Y, sin embargo, no es seguro ni siquiera que haya existido Homero (o que se llamara así). Lo que sí está demostrado es que no fue escritor: era un rapsoda. Esto es, un compilador que recogió, reelaboró y unió distintos episodios de la Guerra de Troya de la tradición oral para cantarlos y recitarlos a su vez de viva voz. No era escritor, o no sólo: era un aedo, un bardo errante que se ganaba la vida narrando historias de héroes en forma de poemas de ciudad en ciudad. La Ilíada está concebida para recitarla en una noche entera. No canta toda la Guerra de Troya, esto es, la conquista de esta ciudad por los griegos, sino lo acontecido en el noveno año de asedio: el mejor guerrero griego, Aquiles, que en principio se había negado a luchar, vuelve a la batalla, roto de dolor y venganza, al enterarse de que Héctor, el mejor guerrero troyano, ha matado a su mejor amigo, Patroclo. El héroe griego se enfrenta a Héctor al pie de las murallas, lo mata, le pasa una cuerda por detrás de los tendones de los pies que ata después a su carro y humilla así el cadáver al arrastrarlo a los ojos de toda la ciudad, estupefacta y aterrorizada. Los poemas se fijan por escrito más de 150 años después de que viviera Homero. Por si fuera poco, éste (o el que fuera) nació en el siglo VIII antes de Cristo, casi 500 años después de los sucesos narrados en la Ilíada. Demasiado tiempo. La ciencia que estudia la memoria de los pueblos ágrafos determina que estos hechos sólo se conservan durante tres generaciones, esto es, 90 años. El turista suspicaz arruga de nuevo la cara y pregunta: "Entonces, ¿cómo saben que Héctor y Aquiles y Helena existieron?" Un segundo, un segundo. Efectivamente, durante muchísimos años se pensó que nada de lo narrado por Homero había existido. Ni siquiera la ciudad misma, Troya, que no aparecía por ningún sitio. Pero en 1871 un millonario alemán metido a arqueólogo, Heinrich Schliemann, se hizo eco de las teorías del cónsul y estudioso norteamericano Frank Calvert, y armado tan sólo de un ejemplar de la Ilíada y de una chequera se desplazó a una colina cercana al mar, en la entrada del estrecho de los Dardanelos. Apeló a los datos geográficos que aportaba Homero, a sus descripciones de los campos de batalla y de las acciones de los héroes, y comenzó a excavar. Así encontró las ruinas de Troya o, mejor, de las 10 ciudades sucesivas en el tiempo y en el espacio que fueron Troya. Todo dormía bajo tierra desde que en un momento de la Edad Media la ciudad fue abandonada. Schliemann no sólo aseguró haber encontrado Troya. También creyó haber dado con el tesoro de Príamo, el monarca troyano que describe Homero, al hallar un conjunto de joyas y adornos de oro propio de un rey, que finalmente pertenecía a una época anterior. Los historiadores dicen que, de haberse producido la guerra, jamás habría sido por una mujer, Helena, la más bella del mundo, sino por la estratégica ubicación de la ciudad. Su bahía era un puerto natural donde los navegantes que se encontraban con el viento del Norte aguardaban la llegada del proveniente del Sur, él único capaz de llevarlos por el estrecho de los Dardanelos hasta el mar Rojo. Incluso la existencia misma de la guerra ha sido puesta en duda: el profesor de arqueología Dieter Hertel asegura que no hay ningún indicio de una conquista. Añade que la llegada de los griegos micénicos a esta ciudad fue un proceso de colonización pacífica. Hasta hay arqueólogos en la misma Troya, como Stephan Blue, de 37 años, que confiesan que no han leído a Homero. "No hace falta ya", dice. El profesor de Arqueología de la Universidad de Lille III de Francia Javier Arce asegura que, "a pesar de todo, parece que Troya VII sí fue destruida por una batalla". "Además, lo que importa son los personajes de Homero". Es cierto. La aventura de unos griegos que intentan tomar una ciudad al lado del mar y unos troyanos que la defienden bebe directamente del mito, del origen y de la necesidad de contar y escuchar y escribir una historia. Por eso no ha dejado de transformarse a lo largo de los siglos ni va a dejar de hacerlo. "Aquí estaban las Puertas Esceas –describe el guía Savas–; aquí Héctor se enfrentó a Aquiles, los dos solos, ante sus ejércitos..." Y todos escuchan. Inmune a los arqueólogos sin imaginación, con la sabiduría innata de narrador heredada de los viejos poetas de esta tierra (incluido Homero, o el que fuera), Savas sigue contando y Héctor y Aquiles, otra vez, adquieren relieve y se enfrentan delante de las murallas de Troya con sus espadas de bronce. Porque no todo lo que es cuento es mentira. Por Antonio Jimenez Barca EL PAIS, S.L. Para saber más: www.turkishodyssey.com /www.kultur.gov.tr/ES

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