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9 de julio del 2007. Cae nieve en Monte Grande

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LAS MALVINAS SON ARGENTINAS

1.12.07

Fútbol

ÉXTASIS Y ANTIÉXTASIS

Por Jorge Barraza

En su espléndido prólogo de la entrevista a Jorge Luis Pinto, Yamid Amat nos habla del éxtasis que genera el fútbol, en especial cuando se da un triunfo como el reciente de Colombia sobre Argentina, en que el talento y la fuerza de voluntad logran superar la adversidad y terminan venciendo.
Entonces vemos un pueblo en estado de alegría colectiva, basada en el orgullo y obtenida en base a virtudes propias de la identidad nacional. La victoria, en fútbol, es una forma de decir “esto somos”. Y ninguna otra actividad permite proclamar con tal altivez ese “esto somos”.
Son torrentes de emoción salidos de cauce que invaden todas las napas sociales de una nación, una comunidad. Este tipo de sensaciones, bellísimas por cierto, provocan cantos de agradecimiento a este juego tan especial, arrancan odas literarias. Pero, he aquí lo curioso: también producen olas contrarias. Lo que podríamos denominar los antiéxtasis. El fútbol no tiene indiferentes; quienes no lo aman, lo aborrecen, despotrican contra él. Hasta se calzan la armadura, bajan el yelmo y combaten fieramente contra el entusiasmo que el fútbol despierta. Es notable.
¿Por qué cuando alguien señala que es el juego más apasionante, o el más bello, o la mayor fuente de emociones, se enojan los no futboleros? Tres mil o cuatro mil millones de adeptos en el mundo dan fe de que es así.
¿Por qué, al paso de la feliz caravana, están quienes bajan la persiana, refunfuñando “Allí van esos…”? ¿Les fastidia esa felicidad?
¿Por qué les molesta semejante popularidad a muchos amantes de la música, del cine, de la pesca, del ajedrez, de los demás pasatiempos?
Vemos con curiosidad que las personas no futboleras se sienten ofendidas, casi avasalladas por las legiones balompédicas, llegan a odiar el arte de la pelota y lo ubican entre las actividades más despreciables. Incluso lo catalogan como un entretenimiento primitivo desarrollado entre incultos. Pero ocurre que las tribunas están pobladas por todo el arco social. Hay gente de escasa instrucción, aunque también ingenieros, empresarios, artistas, políticos. Y todos disfrutan extraordinariamente. Es muy democrático: allí todos son iguales. Nadie recibe una porción inferior de alegría. Aunque su entrada cueste diez veces menos.
Cada hincha tiene un valor idéntico al otro. No hay rangos de aficionados. El Presidente de la República y el lustrabotas son equivalentes en la euforia, en la tristeza, en el opinar. Tienen igual libertad para expresarse respecto del entrenador o del arquero. Nadie puede ignorar el clamor de la tribuna; ni acallarlo: es sagrado.
El fútbol, por el contrario, no blasfema contra el básquet, ni contra el béisbol, no considera inferiores a quienes gustan del rock, la literatura, el baile, o a los coleccionistas de estampillas, a quienes prefieren salir con su novia o quedarse leyendo. Puede convivir armónicamente con ellos.
No hay discriminación en el juego de once contra once; ni requisitos. No es necesario asociarse a nada, tampoco es menester concurrir al estadio: uno puede gozarlo a distancia, por radio, desde un bar, en su casa. No hay condiciones, las reglas son simplísimas y una vez conocidas sólo queda introducirse en ese maravilloso turbión de sensaciones.
Quien no logra conmoverse con el fútbol es simplemente porque no lo entiende. Se lo pierde. Como se lo perdieron los intelectuales y la literatura durante un siglo por considerarlo “el opio de los pueblos” o “una herramienta para adormecer conciencias”. Error: se trata de una alegría espontánea y genuina.
Este juego nació, como el rugby, el hockey, el remo, el box, el críquet, el polo, en el ocio opulento del Imperio Británico. Eran de la misma cuna. No hizo mejor propaganda que los otros. Simplemente, gustó más. Movilizó multitudes desde su misma creación.
El fútbol es en esencia feliz y bullicioso, envolvente. No tiene la culpa de ser el rey. Y no hace nada para serlo.

Gentileza: Diario El Tiempo, Bogotá.

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