Nieve en Monte Grande

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9 de julio del 2007. Cae nieve en Monte Grande

Nuestras Islas Malvinas

Nuestras Islas Malvinas
LAS MALVINAS SON ARGENTINAS

1.12.07

Delicias del Fútbol

Foto: OLE
ESQUINA DE BARRIO, NOMBRE DE CRACK

Por Jorge Barraza

Casas bajas, adoquín desparejo, el bar en la esquina donde, los días de partido, se pone la parrilla en la vereda y se venden vino y choripanes. Allí, la gloria son los malvones que crecen sin cuidado, el sol del mediodía y las tardes de domingo, cuando el rugido de la multitud trae un gol de Independiente. Barrio con sabor a pueblo, rumores de “un pibe que la rompe en tercera”, de un tango que se filtra por la reja y el “por acá, por acá… ” de vecinos que ganan unos pesos cuidando autos.
La calle, que no es de nadie y es de todos, ahora tiene nombre y apellido de crack: Ricardo Enrique Bochini.

“El otro día leí en el diario que las entradas para ver Independiente y Racing se vendían en la esquina de Bochini e Italia. Ahí es como que empecé a caer. Y ahora ya no tengo dudas”, dice tímidamente Ricardo Bochini, con esa sonrisita que pide permiso para esbozarse, mientras contempla el letrero negro con letras blancas.
Es que el miércoles pasado la Municipalidad de Avellaneda procedió a colocar los carteles con el nombre del ídolo en cada esquina de la ex calle Cordero, que pasa por la puerta del estadio de Independiente. “Es un simple homenaje a un símbolo cultural de la ciudad”, justificó el concejal Cantero, autor del proyecto. Fue un acto sin pompa y sin champán, a plena luz del día, pero con emociones fuertes. Se descubrió la primera placa y sesenta hinchas arremetieron con el histórico “Bo-bo-chini… Bo-bo-chini…”
No hubo casualidad en la fecha: el miércoles 28 de noviembre fue un nuevo aniversario (el 34º) del primer título intercontinental de los Diablos Rojos, cuando vencieron a Juventus, en Roma, por 1 a 0 con gol de Bochini.


Su seria timidez se esfumaba apenas entrado al camarín. Allí aparecía la soltura del actor que domina su arte. Y al pisar el césped la confianza devenía en atrevimiento. En el verde rectángulo era amo y dueño del espectáculo, del partido, de la táctica y la estrategia. Tenía las veintiuna figuras restantes registradas en su cerebro, dominaba el panorama, la pelota, la tarde, hasta el clamor de la multitud con la seguridad de un mariscal.
Al final de la función, acallados los ecos populares, volvía el sujeto retraído; pelo mojado, bolsito y a la casa, a tomar una Coca y ver los goles por televisión. Ricardo Bochini debe haber sido el más simple de todos los superídolos que el fútbol procreó. El olfato del pueblo vio en esa combinación de genialidad y sencillez un producto singular y lo elevó a la categoría de intocable, unánime. No hay un hincha de Boca, de River, de Banfield, de Vélez que abjure del respeto y la admiración a Bochini.
Se lo ganó con hazañas inolvidables, como aquella de la final ante Talleres, en que perdían 2 a 1, de visitante, jugando ocho contra once y el Bocha hizo un gol antológico que valió el campeonato. Como ese golazo a Dino Zoff y tantas otras joyas futboleras. También con humildad y respeto. Fue el más grande preparador de goles que conoció el fútbol argentino; no era un artillero, pero el día que había que ganarle a Boca o a Racing, era 1 a 0 con gol de Bochini.


Debe ser extraño ver el nombre de uno en la chapa de una calle. Aunque a Bochini ya no puede sorprenderlo nada. Otras dos ciudades tienen una calle con su nombre: Zárate (donde él nació) y Mar del Sur. En el hall de entrada a la sede de Independiente se erige una estatua con su figura. Hay peñas con su nombre y una tribuna del estadio rojo. “Estoy muy feliz por el cariño que me brindan”, dice escuetamente este antihéroe que jugó 19 años, 714 partidos, marcó 108 goles y ganó 13 títulos para Independiente, su único amor. Una sola vez vistió otra camiseta de club: en 1980, cuando Argentinos Juniors cumplió su 75º aniversario, Diego Maradona pidió un deseo, que su ídolo jugara con él en el partido homenaje. Ganó Argentinos 5 a 4 con tres goles de Bochini y dos de Diego.
La calle se llamaba Almirante Cordero. No dudamos de los méritos del almirante; de los de Bochini dudamos menos.


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