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26.8.07

Sociedad y Actualidad

Los pobres, más sanos
Jeffrey Sachs*

La expectativa de vida en los países de altos ingresos del mundo hoy es de 78 años, mientras que es de sólo 51 años en los países menos desarrollados, y de apenas 40 años en algunos países africanos azotados por el sida. De cada 1.000 chicos nacidos en los países ricos, siete mueren antes de cumplir cinco años; de cada 1.000 nacimientos en los países más pobres, 155 chicos mueren antes de cumplir cinco años.
Estas muertes no son solamente tragedias humanas, sino también calamidades para el desarrollo económico, ya que reducen sistemáticamente el crecimiento económico y ayudan a que los países más pobres queden atrapados en la pobreza. Pero una creciente cantidad de programas en todo el mundo están demostrando que la muerte y la enfermedad de los pobres se pueden reducir marcadamente, y rápidamente, con inversiones dirigidas en programas de salud pública.
Las grandes victorias de los últimos años se produjeron a través del Fondo Global contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria. El Fondo, creado hace seis años, ofreció financiamiento a más de 130 países para ampliar sus programas contra estas tres enfermedades mortales. Desde entonces, los programas del Fondo Global ayudaron a aproximadamente un millón de africanos a recibir medicamentos antirretrovirales para tratar el sida, financiaron la distribución de alrededor de 30 millones de tules antimosquito para combatir la malaria y sustentaron el tratamiento de unos dos millones de personas con tuberculosis.
La malaria se puede controlar de manera efectiva a través de los tules antimosquito, del rociado con insecticidas en lugares cerrados y del acceso gratuito a los medicamentos por parte de la gente pobre en los pueblos proclives a la malaria. En apenas dos días el año pasado, el gobierno de Kenia distribuyó más de dos millones de tules. Programas similares de distribución masiva se implementaron en Etiopía, Rwanda, Togo, Níger, Ghana y otros lugares. Los resultados son sorprendentes. Los pobres utilizan los tules antimosquito de modo efectivo, y la incidencia de la malaria se reduce rápidamente.
De la misma manera, una campaña encabezada por Rotary International y varios socios prácticamente erradicó la polio. La cantidad de casos a nivel mundial por año ahora está en los cientos, comparado con muchas decenas de miles cuando comenzó la campaña. El éxito se está logrando incluso en los lugares más remotos y difíciles, como los estados azotados por la pobreza en el norte de la India.
De hecho, la India está logrando mucho más con su destacable Misión Nacional de Salud Rural (NRHM, tal su sigla en inglés), que es la mayor movilización de medidas de salud pública en el mundo. Una cantidad asombrosa de medio millón de mujeres jóvenes fueron contratadas recientemente como trabajadoras de la salud para comunicar a los hogares empobrecidos con las clínicas y los hospitales públicos, que están siendo mejorados, y para mejorar el acceso de las mujeres a la atención obstétrica de emergencia a fin de evitar muertes trágicas e innecesarias en el parto.
Otro éxito destacable de la India es la atención domiciliaria segura de los bebés recién nacidos en los primeros días de vida. Actualmente, una cantidad alarmante de recién nacidos mueren como consecuencia de infecciones, porque las madres no pueden amamantarlos durante los primeros días u otras causas evitables. Al capacitar a los trabajadores comunitarios de la salud, la NRHM logró una marcada reducción de las muertes de recién nacidos en las poblaciones de la India.
Todos estos programas refutan tres mitos muy generalizados. El primero es que la incidencia de la enfermedad entre los pobres es de alguna manera inevitable e ineludible, como si los pobres estuvieran predestinados a enfermarse y morir prematuramente. En realidad, los pobres mueren de causas conocidas e identificables que son ampliamente evitables y tratables a un costo muy bajo. No existe ninguna excusa para los millones de muertes de malaria, sida, tuberculosis, polio, sarampión, diarrea o infecciones respiratorias, o para que tantas mujeres y niños mueran durante o después del parto.
El segundo mito es que la ayuda de los países ricos inevitablemente se derrocha. Los líderes ignorantes de los países ricos repiten esta falacia con tanta frecuencia que se ha convertido en una barrera importante para el progreso. A los ricos les gusta echarles la culpa a los pobres, en parte porque los absuelve de responsabilidades, en parte porque les da una sensación de superioridad moral. Pero los países pobres son capaces de establecer de inmediato programas de salud pública efectivos cuando reciben ayuda. Las recientes historias de éxito han sido posibles gracias a la combinación de un mayor gasto de los presupuestos de los países pobres, complementado por la ayuda de los donantes de países ricos.
El tercer mito es que salvar a los pobres empeorará la explosión demográfica. Sin embargo, los hogares en los países menos desarrollados tienen muchos hijos -un promedio de cinco por mujer-, en parte porque el miedo a las altas tasas de mortalidad infantil los lleva a compensar con familias grandes. Cuando las tasas de mortalidad infantil se reducen, las tasas de fertilidad tienden a declinar aún más, ya que las familias ahora confían en que sus hijos sobrevivirán. El resultado es un crecimiento demográfico más lento.
Es hora de cumplir con un compromiso global básico -que todos, pobres y ricos por igual, tengan acceso a servicios de salud elementales-. Si solo el 0,1 por ciento de los ingresos del mundo rico se dedicaran a la atención sanitaria de los pobres, sería posible elevar la expectativa de vida, disminuir la mortalidad infantil, salvar la vida de madres durante el parto, retardar el crecimiento demográfico e impulsar el desarrollo económico en todo el mundo pobre.
Las historias de éxito en el campo de la salud pública para los pobres se multiplican. Dado el bajo costo y los inmensos beneficios que implica respaldar estos esfuerzos, no hay ninguna excusa para no actuar.

Fuente: El Tiempo.com
* Jeffrey Sachs es profesor de Economía y director del Earth Institute en la Universidad de Columbia.

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